No es verdad que al toro de lidia se conceda oportunidades frente al carnicero metamorfoseado en Sota de Espadas, al que se da el categórico y clarificador nombre de Matador, por el contrario se extreman las atenciones para evitar el aprendizaje del toro antes de ser lidiado, por cuanto ese aprendizaje comporta un alto el riesgo para el torero. Convengamos en consecuencia que, nos asiste el derecho a defender o atacar la fiesta de los toros porque la ley es neutral, pero su defensa no es un ejemplo moralizante. Ni es aceptable la consideración del “toreo como arte”, salvo si corrompiendo el lenguaje hablamos del “arte de la guerra” con igual desparpajo, en un miserable insulto a las víctimas.
Al margen de ese debate, encuentro de muy escaso acierto
la concepción de la vida animal aislada de la especie humana. Lo que distingue
al hombre de otros animales no es la esencia, ¡es el grado! Dicho de otro
modo, nos distinguen de los animales
diferencias cuantitativas y no cualitativas. Ahora bien, la visión
antropocéntrica, que además contempla la trascendencia humana como dogma
religioso, reduce al animal a la condición de máquina de carne y hueso.
Y no es nuevo cuanto decimos aquí. De los muchos
defensores de la condición animal, vamos a quedarnos sin embargo con un solo
autor para abreviar, Montaigne, que en sus ensayos escritos antes del año 1580
aporta un interminable número de
testimonios, que evidencian funciones superiores en los animales. No somos
exclusivos, sometidos a las mismas leyes
no nos distinguen los sentidos ni las necesidades, y respondemos fielmente a
igual mandamiento inevitable del orden natural:
¡COMEOS LOS UNOS A LOS OTROS!
Nos lo hará
entender la brevísima muestra seleccionada
del autor francés, de la que vamos a servirnos:
Del mismo modo en que nosotros cazamos animales para
alimentarnos, los tigres y leones cazan hombres, los perros liebres, los lucios
tencas, las golondrinas cigarras, las salamandras insectos, y los gavilanes
cazan mirlos o alondras.
La inteligencia se manifiesta en la capacidad para
experimentar, probar y rectificar. Y la cabra de Candía herida, elige para
curarse entre un millar de hierbas, el díctamo.
El dragón se limpia y despeja la vista con hinojo.
Las cigüeñas se aplican ellas mismas lavativas con agua de mar.
La tortuga tras de comerse una víbora busca de inmediato
el orégano para purgarse.
Los elefantes arrancan de su propio cuerpo, y del cuerpo
de sus amos, los venablos y dardos lanzados en combate, con tal habilidad que
nosotros no sabríamos hacerlo con tan poco dolor: ¿por qué no lo llamamos
inteligencia?
Caballos, perros, bueyes, ovejas, aves y la mayoría de
los animales que viven con nosotros, nos reconocen por la voz, se dejan guiar
por ella… y hemos visto bastantes viveros en que los peces acuden a comer al
grito de sus criadores. Enseñamos a hablar a mirlos, loros, cuervos o urracas,
y esa facilidad que les reconocemos para prestarnos su sonido y aliento,
demuestra que tienen dentro de sí un raciocinio que los hace educables y
dispuestos a entenderse con nosotros. ¿Qué puede hacernos pensar que los
animales no se entienden entre sí?
Y en ocasiones nos valemos de las afinadas capacidades de
otros animales para protegernos. Los
habitantes de Tracia, cuando van a cruzar la superficie helada de un
río, ponen delante a un zorro, el animal acerca su oreja al hielo para
comprobar si oye a corta o larga distancia el murmullo del agua que fluye por
debajo, deduciendo si el hielo es más o
menos grueso, para decidir retroceder o avanzar, ¿No tendríamos razón si
concluimos que pasa por su cabeza la misma reflexión que por la nuestra? Es
decir: que lo que hace ruido se mueve, lo que se mueve no está helado, lo que
no está helado es liquido, y el líquido
cede al peso arriesgando nuestra seguridad?
Las golondrinas a las que vemos escudriñar todos los
rincones de nuestras casas, no buscan sin juicio ni discernimiento de entre mil
lugares el más conveniente para hacer sus nidos. ¿Pueden servirse de las formas
y diseños adecuados sin ser conscientes de las ventajas y efectos que conlleva?
¿Cogen agua y luego arcilla para construir sus nidos, sin juzgar que lo duro se
ablanda al humedecerlo? ¿Se protegen del viento lluvioso y orientan su morada
hacia levante, sin conocer las características de esos vientos y sin tener en
cuenta que uno les es más favorable que otros?
¿Por qué la araña trama más tupida su tela en un sitio y
más liviana en otro? ¿Por qué se
sirve de un tipo de nudo, u otro, si carece de capacidad
para deliberar, pensar y deducir?
Las hormigas extienden fuera de la era sus semillas y
granos para aventarlos, refrescarlos y
secarlos cuando observan que empiezan a enmohecerse y oler a rancio para que no
se corrompan y se pudran. Y van más allá cuando la necesidad lo requiere: para
que el alimento almacenado no se convierta en simiente y no pierda su
naturaleza, las hormigas roen la punta por donde el germen acostumbra brotar.
Todas cuantas observaciones hiciera Montaigne, sobre la
inteligencia animal, pueden sorprender al observador siglos más tarde, en
especial si sostiene la irracionalidad animal, o si ignora los mecanismos de la
evolución, (variación en el tiempo de formas vegetales y animales) con independencia de la forma física que adopte la especie. Cada individuo del mundo
animal sobrevive porque su inteligencia natural, -¡y no su
irracionalidad!- es capaz de adaptarse
al medio y devorar cuanto precisa para subsistir… de lo contrario está
condenado a extinguirse.
Un artículo ha de ser sucinto, claro, directo y sin ambages, y tiene como objetivo influir en la opinión del lector. A mi parecer logras un artículo que, lejos de buscar el dictamen a favor o en contra de lo que postulas, haces meditar, independientemente de los gustos e ideas de cada cual, porque, tanto la argumentación como la sintaxis, son perfectas. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias Cervantes, ya sabes que te admiro por dos razones entre otras, por la forma en que escribes y por tu apellido.
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