martes, 5 de febrero de 2013

El cementerio


Me siento muy optimista con el futuro del pesimismo.
Jean Rostand

         A la llegada de Julio Cuñado a la puerta de la vivienda de su amigo Isidro, habían pasado diez años desde su partida. Una eternidad alistado en las Fuerzas de Paz de la ONU en el Sahara Occidental, como soldado raso, y maldecida algunas veces, otras saboreada con ilusión pensando en los recursos monetarios que le proporcionaba su estancia en el infinito mar de arenas, castigado por el sol inclemente a las órdenes de oficiales que hablaban lenguas que no entendía. Envuelto en la oscuridad de la noche, Julio reconocía aquella puerta a pesar de experimentar enormes dudas sobre el lugar en que se encontraba: una calle poblada de nuevos edificios en Gruyas de la Sierra, cuyos cambios de calado profundo, habían conducido al núcleo, una década antes aldeano, a la hipermodernista metropolización.

            Acostumbrado a golpear la puerta con los nudillos de los dedos, Julio no reparó en la existencia del timbre adosado en la jamba derecha, y aporreó nerviosamente haciendo un lapsus de espera, por tres veces. –¡Un momento! ¡Vaya exigencias!– oyó protestar en el interior a una voz que a pesar del tiempo identificó con la de Isidro, unos segundos antes de que éste abriera, quedándose anonadado ante la presencia del recién llegado, a quien a primera vista no reconoció.

–¡Dígame! – ordenó al abrir con decisión.

–¡Cómo qué dígame, Isidro!... ¿No sabes quién soy?

Transcurrieron segundos en los que las dudas del interpelado, aclarándose, dieron paso a una exclamación de sorpresa y desconcierto, que desembocaron en un emocionado abrazo, sin reparos.

            –¡Claro, mi amigo Julio!… Julio Cuñado, pero después de tanto tiempo, no te había reconocido… Discúlpame, no hubiera esperado verte por aquí… ¡quién iba a decir que volverías del tercer mundo! Incluso se corrió la voz de que habías muerto…

            –Pues no es así, vuelvo con la misión cumplida, y ya te contaré… ya. No imaginas las enmarañadas causas que han impedido que volviera antes, las endiabladas circunstancias en que me he visto metido hasta rescatar la libertad civil, las toneladas ingeridas de carne de camello y cuscús, las incómodas jaymas donde he dormido diez años retirado de los placeres de la vida y la civilización… las amarguras y sufrimientos asumidos que finalmente doy por buenos, porque me han permitido ahorrar el dinero con que ahora podré comprar, en Gruyas, un piso donde vivir mi independencia.

            –Bien Julio, en cualquier caso mi sorpresa es enorme, tan grande como tu desorientación; pensé que habías roto definitivamente con el pueblo… por aquí todavía se te recuerda, aunque todo hacía pensar en tu desaparición… ¿Cuáles son tus planes?

–Me conoces bien Isidro, no he cambiado y sabes que soy un romántico incurable. Mis ilusiones permanecen inalterables, y a ti como amigo puedo confesártelas… Allí donde vas te persiguen las mismas inquietudes, no hay problema  que te abandone ni esperanza que muera.
–Conociéndote, ya sé que me hablas de problemas sentimentales.

–En ese terreno voy a ser sincero… nunca he logrado olvidar a Dolores… y quizá sea un ingenuo, pero no puedo dejar de pensar en recuperarla… Incluso, y de esto hace ya mucho tiempo, cuando mi buen amigo Bastian Lambert, viejo sargento expulsado de la Legión Francesa un año antes de jubilarse, volvió del Sahara y de camino a Burdeos, lo hizo con una carta escrita por mi, para Dolores, que depositaría en Correos a su paso, y con la que intentaba mantener ese calor sentimental… ya me entiendes… necesidades de ser correspondido… ¿se ha casado?...

–Julio, no me digas más… no, no se ha casado… bueno no estoy seguro… creo que no se ha casado. Pero como las cosas cambian tanto y el mundo ha dado tantas vueltas desde que te perdieras en el desierto africano…  piensa que Gruyas de la Sierra no es lo de entonces, vivimos una vorágine de libertades antes desconocida, y la gente frecuenta los lugares más extraños porque encuentra la felicidad en todas partes… 

–Bueno, no te pregunto por la gente… te pregunto por Dolores, ¿sabes dónde para?

–Sí lo sé… sí… a estas horas, y desde hace años, Dolores está en el Cementerio.

–¿¡En el cementerio!? –preguntó confundido y alarmado.
     –¡En el Cementerio y pegada a un ataúd! – le respondió–. Y si lo deseas te llevo ahora mismo, la verás abrazada a él, de allí no sale nunca.

            –Son las dos de la madrugada y todavía… no he visto a mi familia, mañana por la mañana, a primera hora… Tengo un gran respeto por los estados de demencia, Isidro; hubiera esperado cualquier cosa… menos que padeciera obsesiones necrófilas y le viniera el nombre como anillo al dedo –dijo casi tartamudeando–.

            –Me atarean asuntos urgentes, no es posible mañana. ¡Debemos hacerlo ahora!

            –¡Pues ahora! –aceptó Julio la propuesta desgarrado por la emoción torturante de un final lamentable, y evitando revelar  emociones gratuitamente.

            Acto seguido y cerrada la puerta, se pusieron en marcha. En el camino, andando a buen ritmo, Julio tomaba nota de los cambios enormes sufridos por Gruyas de la Sierra, ciudad cuya población multiplicaba por treinta el número de habitantes de la década anterior, sobrepasando los cien mil, y contaba con dos canales de TV, hípica y campos de golf, planetario, rockódromo, museo de cera, boleras, estación de AVE, orquesta sinfónica, compañía de teatro, polideportivos, palacio de deportes de invierno y pistas de patinaje, baños turcos, lago artificial, clubes de natación y colombofilia, plaza de toros y  equipo de fútbol en 1ª división que había puesto a Gruyas, antes ignorada, en el mapa del mundo. Una ciudad expandida que en lugar de alejar el cementerio, lo acercaba según deducía de las palabras de Isidro, quien haciendo señas a Julio dejaba ver que no se precipitara emitiendo prejuicios tercermundistas y rancios, alusivos al cambio.

            –“Este pueblo va bien”, –resumió Isidro– “no lo conoce ni la madre que lo parió”. Hemos recibido fondos económicos europeos para modernizar todas las calles, aceras e infraestructuras, y en una década de gobierno de coalición pasamos del medioevo a la posmodernidad, de la jota baturra al hip-hop. El parque automovilístico es de última hora, las parejas pasan la luna de miel en el Caribe, tuteamos a Europa, jugamos en la “champions league” y somos Campeones de España de “carreras de sacos” y “persecución de gallos” (¡!)… Por cierto, –preguntó cambiando de tema– ¿cuánto dinero dices que has ahorrado para comprar el piso?

            –Lo suficiente. ¡Veinticinco mil euros! Valían menos antes de marcharme.

            –No compras ni las sillas, ahora rondan los quinientos mil. Yo mismo lo adquirí hace un par de años, y ya ha duplicado su precio. ¡Soy más rico! –exclamó Isidro.

            –¿Te han duplicado el sueldo en el mismo tiempo?

        –No. El sueldo sigue siendo el mismo –respondió Isidro.
            –Pues, si lo que compraste dos años atrás, sube de precio, y el salario es constante: ¡lógicamente, eres más pobre! No te engañes, serías más rico si bajaran los precios, porque ahora probablemente, no podrías comprarlo. ¡Mal negocio!

–Julio, sabía que no comprenderías la esencia de los cambios. Eres negativo.

–Entonces es que el desierto me ha sacado de la realidad, te escucho.

–Presta atención, economía se aprende en una tarde. Estamos en el 2006, la Nueva Era en que aplicamos los principios económicos de la gran Revolución Conservadora: El Capitalismo Popular, amigo mío. ¡¡¡El Capitalismo Popular!!! Se ha democratizado el capital, y sólo existe clase media, aquí hablan de los beneficios en Bolsa hasta los porteros del Cementerio. Impuesta la armonía y disipadas las tensiones, ya no hay lucha de clases, sindicatos, ricos ni pobres, izquierdas ni derechas, explotados ni explotadores, es un modo sencillo y expeditivo de acabar con las crisis económicas.

            –¿Y sus fundamentos?

            –Ésa es la llave que lo explica todo: Los créditos a bajo interés y la reducción de impuestos, especialmente, a los ricos. La banca reparte dinero a manos llenas a la mayoría de la población, que ha hipotecado su vida para cincuenta años… hasta los niños nacen endeudados para el resto de sus días. En suma, el apogeo del neoliberalismo eficiente y competitivo, en el que, funcionarios, burócratas y comisionistas, intermediarios, representantes, secretarios y secretarios de los secretarios se multiplican exponencialmente hasta el infinito, retroalimentando el sistema.

            –Pues me parece fácil.

       –¡No lo creas!... Fundándolo sudó tinta el sumo sacerdote y premio Nobel, Milton Friedman, antes de dar la receta a los monaguillos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, para que lo aplicaran y extendieran al mundo.

            –Isidro, pero tú eras de izquierdas, eras socialista… recuerdo que…

            –Julio, necesitas que te quiten el corcho como a los alcornoques, ¿qué sentido tiene hoy ser de izquierdas, de derechas, o de centro? ¡Eso es ancestral… hombre! Lo importante no es que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones –le respondió ahora con la sentencia china y felipesca.

            Fruto de la zozobra y la ansiedad, a Julio se le hizo breve el trayecto recorrido. El brazo extendido del acompañante, impidiéndole continuar, le concienció de la llegada al destino. En la parte superior de la arquitectura adintelada de la puerta artística de hierro forjado, cubierta de arabescos, cenefas griegas y filigranas barrocas endemoniadas, diseñada por un afamado artesano húngaro, y por donde Isidro entró adelantándose, se leía en grandes letras rojas: CEMENTERIO. A la izquierda de la misma, el rótulo fúnebre sobre una calavera, en letra gótica y de alineación atormentada y luctuosa, sugería al visitante:

OYE LA VOZ QUE TE ADVIERTE
QUE TODO ES ILUSIÓN MENOS LA MUERTE.   
        
            El viento racheado y frío de la montaña pareció congratularse saludando la llegada de Julio, y sopló. Los dos cipreses apostados en la puerta batieron sus ramas, y Julio embestido de falta de valor sintió un escalofrío, un fatal e irremediable temblor que le puso el bello de los brazos de punta. Por un momento no pudo escamotear los deseos de evitar franquear la puerta que chirrió estremecedoramente, pero Isidro, cogiéndole con firmeza de una manga de la chaqueta, tiró de él hacia el interior.

            Pasaron directamente a la sala en cuyas paredes de color violeta se leían epitafios macabros; las luces indirectas, amarillentas y lúgubres, destellaban dolor; lámparas compuestas por fémures, tibias, húmeros, cúbitos y radios humanos, pendían de intestinos trenzados; abominables tapices de dibujos infernales colgaban del techo para abrigar los huecos de puertas y ventanas, y a los féretros horribles repartidos regularmente por el espacio, adornaban telarañas, velas esotéricas e incombustibles, o coronas mortuorias cubiertas por dos dedos de polvo.

En el lúgubre lugar todo recordaba al más allá, nada aludía a la vida, y el patetismo del “Requiem Mass” de Webber sonaba con tonos persistentes de ultratumba y letra del “Dies Irae”:

¡Cuantus tremor est futurus     ¡Cuánto temor habrá en el futuro
            quanto iudux est venturus        cuando el juez haya de venir
            cuncta stricte discussurus!       a juzgar todo estrictamente!

Al fondo de la sala, un arlequín mudo y de chocante fachada, acompañado de una mujer desnuda con sendos pentáculos tatuados sobre sus pechos, se disponía a iniciar una sesión de humor negro. Y les recibió “el relaciones públicas” ataviado de esperpéntica indumentaria, capucha negra que ocultaba su rostro ahuesado y lívido con tres filas de dientes en la boca, pajarita al cuello y zapatos de charol, ofreciéndose raramente amable a buscarles un sarcófago:

            –Bienvenidos al Cementerio de Sodoma... señores. ¿Dónde quieren sentarse?

Sobre las esquinas de los ataúdes rodeados de sillas a juego, por cuyos respaldos goteaba sangre de toro, a las que se sentaban jóvenes de ambos sexos y moral laxa celebrando cualquier acontecimiento de cualquier índole, menos la muerte, se acumulaban centenares de botellas y vasos de licor. Un apestoso olor a tabaco u otras sustancias fumables, aromatizaban, hasta atufar, el ambiente insoportable lleno de borrachos que recitaban la esproncediana “Desesperación”, u otras impías o paganas baladas. El lugar pareció a Andrés un buen panteón tomado por vividores, golfos, zánganos y vagabundos, que invertían allí 24 horas diarias, un cementerio de vivos. Pero se contuvo de expresar opiniones, influido por el consejo de no prejuzgar con mentalidad tercermundista, e hizo a Isidro una pregunta concisa:

–¿Dónde están aquí los muertos?

–Los muertos están en la necrópolis. Te fuiste del pueblo de Gruyas en un siglo y un mundo, y has vuelto a la ciudad de Gruyas en otro siglo y otro mundo. Este originalísimo disco-pub lo abrió el propietario de la imprenta después de clausurar el negocio de la tinta y el papel, y el laboratorio de material fotográfico lo han sustituido por un consultorio astrológico donde los nuevos profetas, seis brujos y brujas, adivinan el provenir: 

–¿Eso es posible?

–¡Naturalmente! Son expertos en sortilegios, conjuros, encantamientos e invocaciones a los difuntos… dominan todo tipo de liturgias. Permite que haga referencia a algunos cambios más. Justo al lado, liquidaron la fábrica de muebles para montar un tablao flamenco, y sobre las ruinas del taller de montaje de cajas frigoríficas para camiones, han levantado un bingo, tres salas de cine pornográfico y un casino… como verás, iniciativas de alto valor añadido, todas ellas.

–¿Y qué fue de aquella empresa pública… la Conservera Industrial de productos de la tierra?

–Como todas las demás, era una industria contaminante, y en su lugar se hizo lo propio: una discoteca de música retrofuturista y un prostíbulo de lujo. Y es que al nuevo modelo productivo no le interesa la agricultura, la ganadería, ni nada que huela a pueblo o ensucie las manos.
–No está mal del todo siempre que la Agencia Tributaria recaude… supongo.

–No lo creas, estamos pensando seriamente en no dejar del Estado, ni el recuerdo, y reconvertir la Agencia Tributaria en salones para organizar macro fiestas y sesiones de nigromancia. Nuestra economía, imaginativa y avanzada, se asienta en la construcción de casas, el vicio y el beneficio. Se trata de ser pragmáticos, y no éticos. Debemos elegir: o morales y pobres, o indecentes y ricos.

–¿Sin escrúpulos?

–¿Cuándo has visto algo decente que funcione? Los escrúpulos arruinan a los pueblos, y nosotros vivimos un nuevo renacimiento, aplicamos las leyes del mercado  profesando el neoliberalismo, y la Nueva Economía que lleva aparejada el crecimiento sin fin. Somos una sociedad de consumo, y cualquier tipo de desenfreno se revela como máquina imparable de la creación de riqueza… A las pruebas me remito, basta con disponer de consejeros económicos con visión de futuro, y autoridades con capacidad de liderazgo. Lo que yo vengo llamando músculo activo intelectual, tecnocrático y político –dijo Isidro haciendo gala de una extraordinaria dosis de rabiosa, posmoderna e inquebrantable certidumbre.

–¿Y la economía productiva? –preguntó Julio, acomplejado casi pidiendo perdón.

–¿De qué extraña metafísica hablas, Julio? Piensa en positivo, hombre, no seas pesimista, los problemas están en ti. ¡Estamos en buenas manos y el sistema es tan fiable como un dogma de fe! Si las Vegas es una fiesta permanente, ¿por qué no va a serlo Gruyas de la Sierra, y con más razón, España entera?... ¿Acaso perteneces al sector de incrédulos, dudantes del progreso y la solidez de la economía patria?... A propósito, y volviendo al motivo que nos ha traído aquí, mira el sarcófago del fondo, a la derecha: sentada en la cabecera, está Dolores. Le abraza posesivamente tu amigo, Bastian Lambert, el Milton Friedman de Gruyas de la Sierra.

–¿Quieres decir el exlegionario jubilado Bastian Lambert… no está en su país?

–En efecto. No depositó tu carta en ninguna oficina de correos, se presentó en Gruyas, se quedó, y hoy es el primer consejero-motor de nómina, y amigo del alcalde; el auténtico impulsor intelectual, gurú, retórico elocuente investido doctor honoris causa por nuestra universidad, y profeta modernizador de este pueblo. Su llegada fue una bocanada de aire fresco… si oyeras lo bien que habla… …necesitaríamos muchos con su talento.

            Andrés miró en la dirección sugerida, y localizó a Dolores abrazada al viejo sargento expulsado de la Legión Francesa: salvador de la economía de Gruyas de la Sierra, y un traidor como amigo. Unos segundos bastaron a Julio para tomar la decisión de volver a las arenas del Sahara, y alistarse en la unidad militar donde antaño aprendiera el gabacho, y donde enseñaban los mejores especialistas de Supervivencia y Adaptación a todos los ambientes.