sábado, 26 de noviembre de 2016

Experiencias de Máximo Maldía en la U.L. de Córdoba. 6.- AMORES PROHIBIDOS

      –¡Atención!… ¡Atención! Los alumnos Máximo Maldía, Abel Marchamalo y Carmelo Cordero persónense en el despacho del director, urgentemente –decía reiterativa y escuetamente la orden cada cinco minutos.
      EL llamamiento a través del equipo de megafonía reclamaba mi presencia en el despacho del padre Pirallo, director del colegio Luis de Góngora, extendiéndose el mensaje a dos compañeros de especial significación, y el tono severo no predecía que se nos requiriera para felicitarnos. Yo acababa de comenzar una partida de ping pong, y mi contrincante haciendo un gesto que reflejaba su extrañeza, me aseguró que, a esa hora y lunes, Abel Marchamalo se encontraba probablemente en el gimnasio. Le agradecí la información, y dejando la raqueta sobre la mesa salí en su busca a fin de hacérselo saber. Apenas hube atravesado a la carrera la puerta del colegio, vestido de chándal y en dirección contraria me encontré con Abel, aprestándome a darle cumplida información del llamamiento del que él no tenía noticia.
      –Abel, han citado nuestros nombres un par de veces por los altavoces, el director quiere hablar con nosotros, y con Carmelo Cordero.
       –¿Maldía, sabes para qué?
       –No, pero no me agrada el tono, nos llaman como si debiéramos algo –aclaré- ¿Qué te parece si localizamos a Carmelo?
       Nos encaminamos resueltamente al aula de Carmelo, a quien teníamos por empollón, y lo encontramos memorizando fechas y ciudades-sede de los 21 concilios ecuménicos de la historia, desde Nicea en el año 325 al Vaticano II concluido en 1965. Y de Carmelo recibimos la primera impresión negativa porque ya tenía noticia de la citación:
      –Esperad un momento, creo que deberíamos reflexionar. No procede correr.
      Una vez que guardó los libros en la cajonera del pupitre, dejamos el aula decididos a personarnos ante el director, y tomamos el camino más largo con parsimonia en dirección a su despacho. En el espacio de tiempo de poco más de veinte minutos, cruzamos nuestros pasos con algunos otros compañeros que nos reiteraban el acento exigente de la convocatoria, o la cara contrariada y funeraria que habían podido observar en el cura quienes le habían visto. Al parecer, se nos dijo, encendido y completamente encolerizado ruge como un león. Algo pasa y no es bueno, el cura no va a ofreceros champán para brindar por vuestra conducta ejemplar.
No pareciendo avecinarse nada conveniente a nuestros intereses, entablamos a tres bandas una conversación tratando de dilucidar la causa por la que se nos reunía, sin lograr consensuar un criterio más allá de la supuesta sanción, seguramente grave, que cabía esperar justa. Por ello, se imponía entre nosotros la mutua confesión de hechos que en conciencia podrían ser causa de recriminaciones. 
En mi caso y, para empezar, sabía del poco entusiasmo que despertaba en mis educadores la dedicación a la magia y la prestidigitación. Por otra parte, se sospechaba, y no sin razón, que había sido yo quien la noche del 1 de noviembre, día de los difuntos, alteró el orden nocturno sembrando el pánico vestido de fantasma y arrastrando cadenas dando vueltas alrededor del Teatro Griego. 
En el caso de Abel Marchamalo, decía él:
–Mis lecturas… no gustan los autores que leo: Valle Inclán, Gabriel Miró, Azorín, Blasco Ibáñez, Galdós, Clarín, Pérez de Ayala, Baroja, Giner de los Rios, Pi y Margall, Ganivet, Arturo Barea, Miguel Hernández, Benavente, Unamuno, Ramón J. Sender, Antonio Machado, Moratín… Me ha reprochado el director algunas veces que leo siempre a escritores anticlericales, y con frecuencia prohibidos. Y me ha respondido así al preguntarle si Antonio Machado también era anticlerical:
– “¡Yunques sonad! ¡Enmudeced campanas!” …¿Acaso estos versos pertenecen a Santa Teresa? ¿Me toma por idiota, Marchamalo? Recuerde ahora donde dice Machado: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina” … ¡Sí, Machado fue anticlerical y jacobino, republicano, socialista, masón, hijo y nieto de masones!...¿Quién hizo los arreglos definitivos del Himno de Riego para la república?: ¡Antonio Machado!...Un día de estos le voy a dejar la Suma Teológicade Santo Tomás, para que vea una obra auténticamente sabia…
Por lo que respecta a Carmelo Cordero, de actitudes regresivas, extremadamente educado y fiel cumplidor de la misa dominical, preconciliar de profundas convicciones espirituales y piadosas, difícilmente supondríamos que algún reproche hacia él cupiera en la conciencia del cura. Y como nosotros representábamos las antípodas de su sensibilidad espiritual, comenzamos a tratar su caso con atención especial.
–Carmelo, tienes ganada la gloria, los rebeldes somos nosotros y no encuentro qué puede haber de común entre los tres –le dije para tranquilizarle. 
–Maldía, también hay motivos para que me ahorquen, no es oro todo lo que reluce. Os ruego que no divulguéis el secreto personal que voy a contaros… de esto… ¡chitón! ¿Vale? 
–¡Vale! –afirmamos a dúo mientras pensábamos traicionar la promesa.
–Estamos en el mismo barco y necesito desahogarme. Escuchad, –dijo bajando significativamente la voz– tengo un asunto pendiente… con una monja del servicio de lavandería… la resolución de un amor contra viento y marea. 
–¡¡¡Qué dices!!! ¡¡¡Estás loco!!! –Replicamos al unísono, pensando en lo peor, y conteniendo la respiración echándonos las manos a la cabeza.
–Bueno, no hay mala acción –siguió mientras los dos respiramos frustrados.
–¿Guapa?  –indagué.
–De una belleza delicada, tierna, seráfica... un ángel del cielo. Me dejaría cortar las venas por ella, y hace unos días, a sus pies, desnudé mis sentimientos más puros. 
–Cordero… ¡Te buscas la ruina! –exclamamos a la par.
–Si no os lo cuento… ¡reviento! Se llama Alicia, y le recité hace unos días unos versos encendidos de Bécquer afirmando que eran míos, le dije que estaba enamorado y no podía vivir sin ella. Algunos días después propuse fugarnos, hacer autostop hasta Barcelona, y en Barcelona tomar un barco, huir al extranjero y sin pasaporte, casarnos o vivir amancebados… qué se yo… 
–Si piensas en América puedo ayudarte, –se adelantó Abel Marchamalo– tengo familia en Venezuela y tal vez pudiera echarte una mano, cuenta conmigo si decides emigrar.
–Dejé a elección de Alicia el continente y la ciudad, haría cualquier barbaridad por conquistarla, y complacerla me haría feliz. Sueño con viajar a América… Suecia, sin descartar un lugar como París, Venecia o la República de San Marino, ¡qué más da! Además, mi abuelo es muy mayor y no vivirá mucho, las gestiones para la recepción de la herencia no serán largas, yo volvería a España a por el dinero, y con ello podríamos empezar una nueva vida… ¡Qué Dios me perdone! –concluyó santiguándose, mirando al cielo en un delirio diurno.
–La situación tendrá antecedentes –insinuó Marchamalo, queriendo saber más sobre la genealogía de aquel amor prohibido.
–En otras ocasiones –confesó Carmelo Cordero– haciéndome el remolón, había dejado caer algún piropo encubierto y disimulado inteligentemente, obteniendo resultados proporcionales, o sea, ningún resultado apreciable. Por ello, ese día huyendo de las medias tintas, decidí ir al grano. Sincero y jugando limpio, con el corazón en la mano y la verdad en la boca, aprovechando un oportuno resquicio, disparé sacando fuera el amor puro oculto en el interior. No me guiaban instintos, inclinaciones materiales, ni intereses, sino la espiritualización más sublime… ¡os lo juro!
–Donde no hay materia, formas físicas y atractivos, olores, sensaciones, color, o palabras… no es posible la espiritualización, pero bueno… ¿Qué respondió ella?  –pregunté.
–Maldía, nada bueno. Alicia no entendió nada. Me miró de arriba hasta abajo con el gesto resignado que no podré olvidar jamás, y me dijo que era… un chalao. ¡Así, textualmente!
–¡Vaya con la monjita!... Bueno, tienes la conciencia tranquila, y un sentimiento no correspondido; tu corazón venció a tu cabeza, y no creo que la sinceridad motive sanciones –le interrumpí yo.
–Yo si lo creo, ella aludió al acoso de que era objeto, y me dijo que tomaría las medidas pertinentes. Sin duda habrá llegado a oídos del director del que estoy esperando que me pase factura, cuento con lo peor… de ésta nos ponen a los tres en la calle. 
Andábamos despacio, acongojados, resistiéndonos a cubrir los últimos metros que nos separaban del objetivo, y apremiados por el tiempo o el reclamo de las pantallas acústicas que repetían nuestros nombres otra vez. Y llegamos a la puerta del despacho del director, a la que Carmelo Cordero golpeando con los nudillos de la mano diestra, llamó:
–¿Da usted su permiso?
–Adelante, la puerta está abierta –respondió secamente el padre Pirallo.
–Buenas tardes, padre… no hemos podido venir antes –comencé yo.
–Habla con propiedad, Maldía: ¡No habéis querido venir antes! Sin embargo, no lo tendré en cuenta… No puedo pediros que os sentéis porque sólo disponemos de dos sillas, de manera que estaremos los cuatro de pie. ¡En igualdad de condiciones! Además, lo que tengo que comunicaros no es para que lo oigáis sentados… ni mucho menos –dijo sacando del cajón central de la mesa un paquete de “Celtas” que nos ofreció con la misma solicitud que lo rechazamos. 
–Nosotros no fumamos, padre –aclaré yo en nombre del trío, naturalmente mintiendo, y afirmando lo más ventajoso, no la verdad.
–¿A quién vas a engañar, Maldía, a quién? –preguntó, devolviendo violentamente, la cajetilla de tabaco al lugar de donde la sacó, y dejándonos con la ansiedad de fumar, intacta– Bueno, seguramente os preguntareis por qué os he llamado… ¿no es así?
–Así es, padre –se interpuso Cordero, sumiso.
–Voy a ser breve en la exposición, voy a ser muy breve y tan duro como las circunstancias lo requieren. Aquí cada uno debe correr con las responsabilidades que le corresponden y no estoy dispuesto a que asuntos así pasen desapercibidos, me han ofendido gravemente y haré pagar por ello… ¡vaya que sí! –adelantó poniéndonos los pelos de punta por la actitud tumultuosa y abrupta con que desgranaba las palabras.
–Pues usted di… dirá –acertó a articular Marchamalo, costosamente.
–Primero deseo deciros que la información que voy a daros la he recibido de boca de otros directores de colegio, en la tertulia informal que ha concluido hace poco más de dos horas en la sala de juntas del rectorado. Me han avergonzado e irritado de tal manera que he pensado en cortar cabezas, ha sido mi reacción inmediata.  
El padre Pirallo hizo un inciso, y sacó el paquete de “Celtas” procediendo a encender un cigarrillo, ahora sin perder el tiempo en ofrecernos el tabaco que hubiéramos aceptado como última voluntad. Exhaló una bocanada interminable de humo, y buscó el cenicero de aluminio anodizado que colocó sobre la mesa. Su tensión emocional pareció bajar ligeramente, aunque su cara de pocos amigos permanecía desencajada y sus ojos fuera de las órbitas; levantó la persiana de la ventana y se sentó sobre la base del marco antes de proseguir con el segundo punto.
–En segundo lugar, debo deciros que vosotros tres no estáis aquí por un caprichoso azar. Habéis sido elegidos. Digamos que os distingo porque contáis, para mí, entre los alumnos más responsables y consecuentes del colegio (¡!). En vosotros puedo confiar, y de vosotros espero leal colaboración.
Sorprendidos por el elogio, Marchamalo y Carmelo experimentaron un notable cambio en el color de sus rostros, pasando del ceniciento al magenta; yo mismo, sentí legítimo orgullo de hijo predilecto reconocido por el clérigo, mas ninguno de los tres osó interrumpir al director, que reanudó el discurso tras dar una fuerte calada al pitillo.
–Ni siquiera voy a reprochar a Carmelo Cordero que a sus 19 años recién cumplidos ande persiguiendo a Sor Alicia Conejo, una monja de la congregación dominica que tiene 38, y en consecuencia podría ser su madre. 
Marchamalo y yo, estupefactos, absortos y alucinados, no llegamos a articular palabra alguna porque el gesto autoritario del padre Pirallo lo impidió prosiguiendo:
- ¡Vamos a los hechos, no daré más rodeos mareando a la perdiz! Os diré cuál es la única causa por la que convoco esta reunión: ¡En el colegio me han puesto un mote femenino, ahora me llaman “La Bizca”!
La nueva revelación produjo en nosotros un electrizante sobrecogimiento. Marchamalo, Cordero y yo, nos miramos sorprendidos, alternativamente, sin dejar de manifestar nuestra extrañeza, casi tartamudeando y haciendo saber que ignorábamos el hecho. Después reprobando la ocurrencia insultante, a la que calificábamos de “indecente” y “estúpida” nos quitamos la palabra unos a otros, aunque el padre Pirallo continuara exaltado tras dejar el cigarrillo sobre el cenicero, dando un puñetazo monumental sobre la mesa que hizo rebotar 50 centímetros a cuanto descansaba allí. A nosotros nos pareció que levitaba al sobreelevarse sobre las puntas de los pies, levantando las manos y poniéndolas en forma de ganchudas y tenebrosas zarpas mirándose entre sí, y enfurecido y cruzando los ojos casi desesperadamente, al proferir:
–Mi único deseo es que se me vuelva a llamar por mi nombre o apellido… ¡bien lo saben todos los santos del cielo! 
Hizo un paréntesis momentáneo para tomar aire y concentrarse apasionada y vehementemente en la posición tétrica de las garras, y concluyó–:
- No obstante, advierto que, si la fortuna me depara la suerte de conocer al cabrón que me ha puesto de mote “La Bizca” … ¡me cagaré en la puta madre que le parió, y le pisaré los cojones! ¡Por mis muertos!