Los dos últimos fenómenos
sobrenaturales, de los que en un programa de televisión he tenido la
oportunidad de recibir información, han sido: La bilocación o cualidad
de una persona capaz de aparecer en dos lugares a la vez, y la fantasmogénesis
o aparición de siluetas antropomorfas difuminadas que flotan y atraviesan las
paredes.
¡Alucine
el lector si es razonable!
Adentrados en un mundo de conocimientos
avanzados del siglo XXI, el misterio y los enigmas no parecen haber acabado y
nos son familiares términos como lo paranormal, los conjuros o el
mal de ojo, el espiritismo, la telequinesia, la levitación,
las psicofonías, la teleplastia,
la estigmatización y hasta el hechizo y la psicocirugía… sin contar con disciplinas que se acercan a la ciencia
infusa y proveen, al iniciado, de un caudal envidiable de conocimientos de la
vida ajena como la quiromancia, la cartomancia, el tarotismo,
o la astrología… por no hablar de la invocación al espíritu de los
muertos y la güija.
Para un hombre que ve con los ojos de
la cara y tiene los pies en la tierra, semejantes artes cercanas a la adivinación
y la brujería, son propias de la Edad Media. Y en la medida en que una
sociedad metaboliza estas miserias, su nivel cultural se arrastra en un magma
idiota, en vez de andar. La civilización culta y racionalista de avances
espectaculares, que ha llegado a la Luna y cura el cáncer, ha hecho de los
medios de comunicación un arma mágica de información y relaciones sociales, y
ofrece una esperanza de vida al nacer que duplica la de hace un siglo, no
parece el lugar en que magias y maleficios pasen por sensatos.
Sin embargo no
es extraño tropezar con personas de aparente solvencia cultural, dispuestas a
contradecir nuestros presupuestos. Recuerdo haber trabajado en México durante
algunos meses con un ingeniero en electrónica, que poco después de conocernos
me aseguró que había tenido repetidas encuentros con Jesucristo y con el
Diablo. Yo no daba crédito a mis oídos, la revelación me conmovió, las víctimas
trastornadas por los fraudes paranormales no siempre son los más humildes. No
obstante el hecho de encontrarse con un técnico místico no es raro ni
extraordinario en un subcontinente, como América Latina, donde ensalmos cábalas
y nigromancias reinan como alternativa a la realidad.
Rechazo cuanto la experiencia y la razón
me aconsejan, son el trabajo, el estudio y la investigación quienes cambian el
mundo y lo hacen comprender, no el miedo y la ignorancia. Pero el peso de un
pasado que se resiste a morir se impone a nuestros deseos, y los charlatanes
cultivan el campo en que germinan
supercherías, oscurantismos, presagios y augurios. No tengo a mi alcance
datos fiables de otras latitudes, y lo siento, pero un estudio realizado en los
EE.UU, por el Instituto Gallup, en el año 2005, reveló que la mayoría de los
estadounidenses cree en fabulaciones vividas a veces en primera persona… quien
sabe si en sueños o como producto de la ingesta de sustancias que lo causan.
Tales creencias las recoge el sondeo que
resumimos a continuación:
Un 20% de los
encuestados cree en la reencarnación, el
21% en las brujas y la comunicación personal con los muertos. El 25% en la
astrología, el 26% en la adivinación del futuro, el 31% en la telepatía y el
32% en fantasmas. El 37% de los encuestados cree que existen las casas
embrujadas, y el 41% en la percepción extrasensorial. Más de un 70% de los estadounidenses
da crédito a una o más quimeras irracionales, y sólo un minoritario 27%,
escéptico, discute oponiéndose y negando
verosimilitud a cualquiera de estas supersticiones.
¡Qué país! Hace bueno el aforismo
machadiano que asegura: “De cada diez cabezas, nueve embisten y una
piensa”. Y contra lo que la razón y la experiencia nos enseñan, cada
día, apuesta por la existencia de entidades metafísicas, en no menor medida que
por las fuerzas sobrehumanas y desde luego sobrenaturales. Pero a nosotros nos
tienta pensar a la manera del viejo humanista Montaigne, al decir: Sólo
conocemos lo sobrehumano en lo humano como expresión voluntariosa y vacía de
sentido real. En consecuencia es razonable aseverar que:
Ninguna fuerza humana es sobrehumana.
Ninguna inteligencia humana es
sobrehumana.
Ninguna sensibilidad humana es
sobrehumana.
Ninguna voluntad y ninguna aptitud humana son
sobrehumanas.
Ningún hombre, santo o pecador,
inteligente o zafio, es ni será sobrehumano.
En cuanto a lo sobrenatural cabe decir que
participa de igual desmesura que lo sobrehumano: ambos toman lo ancestral y
atávico por verdadero, y lo deseable por
practicable. En ese sentido, pretender conciliar lo sobrenatural con lo
real, es tan absurdo como asumir que uno más uno suman cinco. Tomás de Aquino,
arrimando el ascua a su sardina, pensaba que toda creencia sobrenatural ajena
al cristianismo es superstición de inspiración satánica. Pero el pensamiento
moderno de inspiración humanista y
credenciales de racionalidad, asegura que en la naturaleza, o en nuestro
planeta, en el sistema solar o en el cosmos: todo es natural, absolutamente
natural, y nada existe que lo contradiga. Lo sobrenatural, al calor de un salón
bien climatizado, viene bien a las noches en plena tempestad y cuando la
intimidad familiar pide crear ficciones
ociosas que las hagan inolvidables.
La verdad es que la ilustración del globo terráqueo es originalísima, se acerca a lo sobrenatural.
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