En Mesopotamia
y 5.000 años a. C. el ingenio de la Rueda multiplicó el rendimiento en tareas
cotidianas, y permitió un salto cualitativo en el proceso civilizador. El
Polipasto, que se cree un invento de Arquímedes, lo explotaron los romanos
facilitando el movimiento de grandes pesos, lo heredó el Medievo, y perdura
hoy aplicándose intensivamente en la industria, con gran provecho. Y el
Caballo montado por los invasores españoles, en América, fue un instrumento tan
decisivo como la Artillería, o los bombardeos de la Aviación lo serían en el futuro.
La
multiplicación de los beneficios producidos por la herramienta con que
trabajamos, su eficacia y calidad o cantidad, acaba cambiando las formas de
vida de los hombres, y no encontraríamos
mejor ejemplo que la Imprenta de caracteres o tipos móviles, ingeniada en
Occidente por Gutenberg hacia 1440. El revolucionario mecanismo de reproducción
gráfica, en poco tiempo era capaz de imprimir más de 3.000 ejemplares en una
sola jornada, y fue un hallazgo de magnitud trascendente que se extendió como
las profecías del fin del mundo,
alterando las relaciones sociales y políticas, o permitiendo la
existencia de diversidad de ideas. No es imaginable el triunfo del
Protestantismo, o las herejías que antes fracasaron, sin el soporte de la
Imprenta para entonces con más de tres cuartos de siglo de perfeccionamiento,
especialmente, en las riveras del Rin o el norte de Italia.
Es innegable que
la alfabetización progresiva, con la consecuente posibilidad de leer obras
clásicas o nuevas obras literarias y filosóficas, permitiría cambios radicales en todos los órdenes. Y que los poderes
públicos, o la Iglesia Católica, disponiendo de un medio prodigioso para
extender leyes y doctrinas, y estableciendo una rígida censura, no lograrían
evitar:
El acceso al mismo
de los movimientos heréticos, y su uso como arma capital de agitación sembrando
discursos, libros y folletos de Lutero, estimados en 2 millones de ejemplares,
y posibilitando el triunfo de la Reforma
Protestante.
O la difusión de
la Ética del Trabajo predicada por Calvino.
O las críticas de
Erasmo de Rótterdam.
O la separación
de la Iglesia Anglicana, y de otras, de la Iglesia Católica.
O la influencia
del Humanismo a medio camino entre ambas posiciones encontradas, que difunde,
incluso en España, sus tesis abiertas a la desuniformidad religiosa.
O, en fin, los
efectos revolucionarios de la divulgación científica, que dieron lugar a un
tiempo en el que el antes y el después se dibujan nítidamente.
Pero volvamos al
ingenio mecánico protagonista de la época: La Imprenta. En Segovia, capital
del Reino de Castilla, en el año 1472,
se elogiaba un acontecimiento: la impresión de las actas de un sínodo de la
Iglesia celebrado en la ciudad, que llevaba a cabo un tipógrafo alemán e
itinerante, con una máquina móvil. Treinta años más tarde, 25 ciudades
españolas contaban ya con talleres especializados o habían visto pasar por
ellas artilugios desplazables de impresión, y en más de 230 ciudades de una
docena de países europeos, se habían estampado la respetable cantidad de
20.000.000 de libros. Su imparable progreso permitía que, solamente un siglo
más tarde, en Italia trabajaran más de 3.000 máquinas impresoras.
Con la introducción del libro en papel, la lectura convertida en función social facilitó la expansión de la cultura, la ciencia y la razón, la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Americana, el establecimiento de las democracias, el nacimiento de las ciencias sociales, o el avance socializador bajo el predominio de cualquier ideología. En resumen la Imprenta posibilitó la Edad Moderna, un periodo de progresos en todos los campos, y de espectaculares hallazgos científicos y revoluciones industriales, que:
Hizo habitables
ciudades pobladas por millones de mujeres y hombres.
Avanzó
velozmente en medicina venciendo a la peste y las grandes plagas.
Surcó los mares,
colonizó hasta el último centímetro cuadrado del Nuevo Mundo.
Redujo el hambre
en el planeta.
Desarrolló las artes y los ingenios
mecánicos más ambiciosos.
O inició la
conquista del espacio estelar con resultados suficientemente conocidos.
La Imprenta
reinó durante más de cinco siglos. Y nadie imagina el pasado sin el instrumento
de la cultura, que extendió por el orbe proyectos sociales e ideológicos con la
promesa de hacer una vida mejor y a la medida del hombre, hasta la llegada de
la Informática en los primeros años 60 del siglo XX. Y con la Informática,
primera herramienta que posibilita la existencia del mundo que vivimos,
entramos en otro tiempo de la historia, en una nueva era:
¡La Posmodernidad!
Un modo de
entender la vida que en un giro copernicano ha envejecido a las generaciones
precedentes. El mundo acelerado que amenaza con hacer de esas generaciones, y
en nuestro país, manadas de nostálgicos y taciturnos desorientados de ojos
abiertos como platos evocando, melancólicamente, un pasado descolorido y
autoritario, o añorando la Feria del Campo de Madrid con sus rollizos caballos
de tiro y sus lanudas ovejas merinas, el vino peleón de La Mancha, los trenes
movidos por locomotoras de vapor, el
brasero de carbón o la palangana, la jofaina y el retrete medieval, el NO-DO,
las primeras turistas suecas llegadas a Torremolinos, o la piel tersa y el
vientre plano de sus años juveniles.
La Informática, es
ahora la herramienta del cambio de las relaciones humanas y de producción
que, de modo rápido y radical ha trasformado las formas de consumo, y está
llamada a servir para producir movimientos tan significativos como los que
alentó la Imprenta de Gutenberg en el Renacimiento, o la Modernidad, haciendo posible la vida de su
primogénito: La Posmodernidad, una era de dimensión sin precedentes en las
comunicaciones, e insólita repercusión social, que profundiza la brecha entre
generaciones. Un tiempo nuevo del que la sociología asegura que:
Niega la
verosimilitud de los metarrelatos que legitiman la lucha por alcanzar grandes y
universales proyectos de justicia y paz, libertad e igualdad, en aras del éxito
individual. O enfría la esperanza en los progresos colectivos utópicos, o las
creencias en las grandes doctrinas religiosas.
Avala la fe en la
tecnología, y el ecologismo, como valores incuestionables.
Desacraliza o
atenúa los mensajes de los políticos, y prioriza su imagen.
Impone el
Presentismo a la consideración del futuro y el pasado. ¡Vive el ahora!
Concede ganancias
de espacio a lo efímero, la magia y las artes adivinatorias.
Otorga una
inusitada importancia a los medios de comunicación.
Se inclina por la
simplificación, la reducción, y el aforismo o la cita.
Promueve el
eclecticismo en las tendencias estéticas, modos y estilos de vida.
Juzga por las
apariencias y generaliza el culto al cuerpo y los placeres.
Propaga el
consumismo desmesurado, la ética hedonista y la cirugía estética.
Asume el
debilitamiento de la voluntad como esfuerzo.
Universaliza
costumbres de ámbitos locales dispersos.
Discute el
imperio de la razón, e impone el nihilismo y el escepticismo, o el predominio
de lo individual sobre lo universal, de lo psicológico sobre lo ideológico, del
Tener sobre el Ser.
Y en un totum
revolutun sin precedentes, la Posmodernidad, que descansa sobre la realidad
científica, tolera la añoranza melancólica de cualquier época y de sus mitos:
el paleolítico, la antigüedad, la edad media y un mundo de reyes absolutos y
plebeyos tributarios, el pasado reciente y turbulento… Al respecto, Gianni
Vattimo, prominente analista de la posmodernidad, asegura que el mundo de hoy “no entiende
el mito como el pensamiento demostrativo, analítico y científico, sino narrativo,
fantástico, emocional y globalmente con poca o ninguna pretensión de
objetividad; el mito, pues, -dice
Vattimo- tiene que ver con la religión, el arte, el rito y la
magia; la ciencia justamente al contrario nace para desmitificarlo”.
La Posmodernidad, ha campado a sus anchas hasta hoy responsabilizando a la Modernidad de haber creado expectativas de progreso y justicia que no alcanzó, claudica sin resistencia a la presión que ejerce el poder económico y, hace cundir el pesimismo pregonando que no hay alternativas. Lyotard, el observador más fino del fenómeno, aseguró que “el siglo XX ha sido un inmenso cementerio de esperanzas”, y dijo en una de sus visitas a España en 1985: “Debemos de acostumbrarnos a pensar sin moldes ni criterios. Eso es la Posmodernidad”.
En conclusión y a
la vista de unas señas de identidad con sus luces y miserias, abandonamos la cuestión con alguna
pregunta retórica: ¿Ha venido la Posmodernidad con carácter provisional y nos
dejará pronto, o la gasolina de Internet, la Globalización, y el torrente de
avances ininterrumpidos le darán alas para sobrevolar sobre la sociedad
posindustrial durante siglos? ¿Volverá de nuevo la Modernidad, renovada y con
deseos de ganar el terreno perdido, o pasó definitivamente a la historia para ser llorada por nostálgicos e
hipocondríacos?
Mi agradecimiento sincero a nuestro amigo JUAN ANTONIO OLMO por la aportación, siempre ocurrente, de las viñetas y vídeos que introduce en los artículos y narraciones que escribo en esta página. Les da color, les enriquece y da vida. Mariano Martín S.E.
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