Sin embargo, este ocurrente talante
propagado con visos de originalidad, no es nuevo, ni extraño, el
presentismo no goza de la
originalidad que presume; la actitud esnobista superficial renovada, tan
antigua como la civilización, pasó incluso por un hombre de trascendencia
decisiva para la historia como Mahoma, al decir: No perdáis el tiempo
soñando con el pasado o con el porvenir, pensad en el presente.
Pero la arenga en boca del profeta del
Islam, tras la que se ocultaba la necesidad de superar momentos críticos que
exigían de esfuerzos puntuales extraordinarios, se la aplica a si mismo el
vividor y pasota del presentismo actual, en la travesía de
páramos y aburrimiento insoportable. Y lo hace imitando, torpemente, al
tripulante del barco que requerido de la atención infinita se juega el ser o no
ser, en medio del embate de las olas violentamente encrespadas.
Para el entusiasta del presentismo
y su facundia cataplásmica, mirar atrás
es un prejuicio, una imperdonable pérdida de tiempo, o un ejercicio inservible
de nostálgica melancolía. El apasionado
fiel del presente efímero, pese a su ingeniosilla desenvoltura, y su
consideración del pasado y el futuro como ficciones, ignora la condición de carrera de fondo de la vida. Y se niega a
asumir que los hombres son su memoria además de la memoria de sus antepasados,
olvidando un hecho trascendental: que nuestra identidad estaba escrita en la
célula germinal que fuimos, y a la que se sumó el tiempo y un sinfín de
recuerdos evocados, vividos voluntaria o involuntariamente. Lo simplifica un aforismo tan contundente como
breve de William Faulkner que asegura:
El
pasado nunca pasa, y ni siquiera es
pasado.
Para
confirmar la veracidad de la cita, basta con preguntarse por las circunstancias
que acompañaron nuestra existencia, porque tienen mucho que decirnos.
¿Dónde, cuándo
y de qué ancestros nacimos?
¿Quiénes fueron
nuestros maestros y nuestra escuela?
¿Quienes
nuestros amigos, amores, alimentos espirituales y materiales?
¿Cuáles
nuestros fracasos y nuestros traumas?
¿Cuántas ideas
sabias, introdujeron en nuestra cabeza?
¿Cuántas ideas
estúpidas, absolutamente inútiles e irracionales?
Las personas,
hechos, incidentes y contenidos que responden a estas preguntas, no se olvidan.
Emociones intensas, experiencias amargas y traumáticas, momentos críticos, o
días pletóricos y felices, dejan huellas imborrables y catárticas; decisiones
tomadas con ligereza, o a conciencia, son tan decisivas en nuestro presente
que nadie se atrevería a ponerlo en cuestión. Somos lo que hemos vivido, y las medidas que aplicamos en el pasado
condicionan el resto de nuestra existencia, y determinan el presente y el
futuro.
Ayer sembramos
adoptando una forma de vida conforme a nuestras inclinaciones naturales y las
circunstancias que las motivaron, y hoy recogemos los frutos de esa actitud
personal, o nos sometemos a sus
servidumbres. Somos libres, o esclavos de viejas decisiones.
¿Tomaste
partido por la vida en pareja y la descendencia?
¿Optaste por la
soltería, la autonomía y la libertad?
¿Decidiste
vestir el hábito monacal que apareja el celibato?
¿Cambiaste de
sexo?
Fuera cual
fuese el camino elegido, hoy el peso de aquel compromiso determina cada segundo
de tu vida… unas veces la aplasta, y
otras la libera. Eres un prisionero de tu pasado, de las promesas que hiciste…
o de la falta de ellas. Eres tu memoria,
tus recuerdos, tu experiencia: eres lo que hiciste ayer. Tanto si tu actividad
profesional fue administrada con acierto, como si fue dirigida torpemente, las
consecuencias reportadas resultan inevitables, para bien o para mal; tanto si
diste pasos firmes, como si fueron
producto de la vacilación y el temor, te debes a una dependencia labrada
entonces. Pero el libro escrito a lo
largo del tiempo, que se ojea para recordar, no permite rescribir sus
capítulos, porque fue escrito de una vez y para siempre… ¡el pasado es
implacable!
El
camino que dejas a la espalda te abre
las puertas del futuro o te las cierra, el presentismo es una moda, no me lo decía un filósofo, sino un camionero
granadino que me recogió en las Alpujarras, cuando hacía autostop, remitiéndose
a Séneca, quien conjugaba los tiempos sabiamente afirmando:
El
presente es brevísimo, el futuro dudoso
y el pasado seguro.
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