domingo, 19 de abril de 2015

EL PRESENTISMO



Cada día se escucha, con mayor frecuencia, el postulado de la Posmodernidad que proclama con insistente énfasis la existencia exclusiva del presente, el presentismo, la vivencia efímera y acelerada del aquí y ahora, o desentendimiento de toda preocupación por el porvenir, y un olvido táctico del pasado que no existe porque no es rabiosa actualidad.

Sin embargo, este ocurrente talante propagado con visos de originalidad, no es nuevo, ni extraño, el presentismo no goza  de la originalidad que presume; la actitud esnobista superficial renovada, tan antigua como la civilización, pasó incluso por un hombre de trascendencia decisiva para la historia como Mahoma, al decir: No perdáis el tiempo soñando con el pasado o con el porvenir, pensad en el presente.

Pero la arenga en boca del profeta del Islam, tras la que se ocultaba la necesidad de superar momentos críticos que exigían de esfuerzos puntuales extraordinarios, se la aplica a si mismo el vividor y pasota del presentismo actual, en la travesía de páramos y aburrimiento insoportable. Y lo hace imitando, torpemente, al tripulante del barco que requerido de la atención infinita se juega el ser o no ser, en medio del embate de las olas violentamente encrespadas.

Para el entusiasta del presentismo y su facundia cataplásmica,  mirar atrás es un prejuicio, una imperdonable pérdida de tiempo, o un ejercicio inservible de nostálgica  melancolía. El apasionado fiel del presente efímero, pese a su ingeniosilla desenvoltura, y su consideración del pasado y el futuro como ficciones, ignora  la condición de  carrera de fondo de la vida. Y se niega a asumir que los hombres son su memoria además de la memoria de sus antepasados, olvidando un hecho trascendental: que nuestra identidad estaba escrita en la célula germinal que fuimos, y a la que se sumó el tiempo y un sinfín de recuerdos evocados, vividos voluntaria o involuntariamente.  Lo simplifica un aforismo tan contundente como breve de William Faulkner que asegura: 

         El pasado nunca pasa,  y ni siquiera es pasado.      
         Para confirmar la veracidad de la cita, basta con preguntarse por las circunstancias que acompañaron nuestra existencia, porque  tienen mucho que decirnos.
        ¿Dónde, cuándo y de qué ancestros nacimos?
        ¿Quiénes fueron nuestros maestros y nuestra escuela?
       ¿Quienes nuestros amigos, amores, alimentos espirituales y materiales?
        ¿Cuáles nuestros fracasos y nuestros traumas?
        ¿Cuántas ideas sabias, introdujeron en nuestra cabeza?
    ¿Cuántas ideas estúpidas, absolutamente inútiles e irracionales?    
    
         Las personas, hechos, incidentes y contenidos que responden a estas preguntas, no se olvidan. Emociones intensas, experiencias amargas y traumáticas, momentos críticos, o días pletóricos y felices, dejan huellas imborrables y catárticas; decisiones tomadas con ligereza, o a conciencia, son tan decisivas en nuestro presente que nadie se atrevería a ponerlo en cuestión. Somos lo que hemos vivido, y las  medidas que aplicamos en el pasado condicionan el resto de nuestra existencia, y determinan el presente y el futuro.

         Ayer sembramos adoptando una forma de vida conforme a nuestras inclinaciones naturales y las circunstancias que las motivaron, y hoy recogemos los frutos de esa actitud personal, o nos  sometemos a sus servidumbres. Somos libres, o esclavos de viejas decisiones.

     ¿Tomaste partido por la vida en pareja y la descendencia?
     ¿Optaste por la soltería, la autonomía y la libertad? 
     ¿Decidiste vestir el hábito monacal que apareja el celibato?
     ¿Cambiaste de sexo?

         Fuera cual fuese el camino elegido, hoy el peso de aquel compromiso determina cada segundo de tu vida…  unas veces la aplasta, y otras la libera. Eres un prisionero de tu pasado, de las promesas que hiciste… o de la falta de ellas.  Eres tu memoria, tus recuerdos, tu experiencia: eres lo que hiciste ayer. Tanto si tu actividad profesional fue administrada con acierto, como si fue dirigida torpemente, las consecuencias reportadas resultan inevitables, para bien o para mal; tanto si diste pasos firmes, como si fueron  producto de la vacilación y el temor, te debes a una dependencia labrada entonces. Pero  el libro escrito a lo largo del tiempo, que se ojea para recordar, no permite rescribir sus capítulos, porque fue escrito de una vez y para siempre… ¡el pasado es implacable!       
    
           El camino que dejas a la espalda  te abre las puertas del futuro o te las cierra, el presentismo es una moda,  no me lo decía un filósofo, sino un camionero granadino que me recogió en las Alpujarras, cuando hacía autostop, remitiéndose a Séneca, quien conjugaba los tiempos sabiamente afirmando: 

          El presente es brevísimo, el futuro dudoso  y el pasado seguro.


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