Para escribir este artículo he releído una
aventura que escribí hace unos años, y en la que el protagonista, al tiempo que
se ejercita físicamente en la Casa de Campo de Madrid, se permite hacer
reflexiones que me siguen pareciendo interesantes porque conservan intacto el
sentido crítico.
Como entonces, continúo desconociendo la
educación recibida por los jóvenes en las escuelas, pero no la recibida en la
calle. Hoy, cuando se venden los éxitos de las estrellas del deporte por señas
de identidad y fervor patriótico, se les induce, desde los medios de
comunicación hasta el entorno familiar, a iniciar carreras deportivas por
activa, o aplaudirlas rabiosamente… por pasiva.
En primer lugar a ser estrellas de cualquier
deporte de competición, exitosos jugadores de fútbol, –preferentemente– o
profesionales del motor, el ciclismo u otras disciplinas minoritarias,
aunque es bien sabido que, en su gran
mayoría gregarios o segundones, acabarán la actividad deportiva en plena
juventud y, cuando sus compañeros de generación se consolidan y afianzan
profesionalmente.
En segundo lugar, y fracasado el intento
de triunfar, la receta prescribe asumir deportivamente la derrota, recoger el
meritorio premio de consolación consistente en sumarse al coro de espectadores
incondicionales, y bandera al hombro gritando como un enajenado mendrugo,
increpar al árbitro y merecedor de los improperios… aunque no fuera más que por
la envidia que levanta el “trencillas”, quien ingresa en la cuenta corriente
200.000 euros anuales por tocar un instrumento sin saber una jota de música. Y
es que amilanar al del silbato es… ¡la victoria pírrica de los perdedores!
A diferencia de la consideración tenida
por el deporte, en el pasado mal visto y de escasa práctica popular, hoy
convertido en culto pagano de masas, es depositario de las esperanzas
infundadas individuales de millones y millones de jóvenes, y pozo negro de las
mismas por su incapacidad para resolver el futuro. Y no hay socialmente oposición
sensata al sistema, ni intenciones de cambiar los objetivos; la medicina debe
proporcionar excelentes beneficios porque lo extienden los medios
audiovisuales, animan a practicarlo políticos y poderes públicos, lo estimulan
padres, lo proponen amigos, y lo promueven y aconsejan oportunistas y
descabezados vendedores de espejismos.
Adulterando y falseando la realidad,
promocionado el prejuicio con entusiasmo pandémico extraordinario, todos a una,
hoy se enseña a la juventud a perder un aliado que vuela: El Tiempo escaso que
nos da la vida. Y junto al Tiempo perdido, a olvidar el Trabajo: activo que nos
honra y se maldice, conveniente de ser sustituido por la lotería del deporte
como garantía de un mañana feliz.
Cada época ha tenido modelos preferentes a
los que imitar. El gladiador de circo, capaz de plantar cara a los leones, fue
paradigma de la gloria en el Imperio Romano, el caballero cruzado lo fue en la
Edad Media, y Don Juan Tenorio en el Romanticismo. Y recuerdo a nuestra
generación de alumnos de internado tutelado por frailes, a la que se proponían ejemplos cuyo espejo reflejaba
santidad, o heroicos e increíbles protagonistas de beatitud suprema que gozaban
el éxtasis del sufrimiento en el martirio. Todo aquello, pasó a la historia
atropellado por los acontecimientos y la sociedad de la información, sustituyéndose por un nuevo modelo. A las
generaciones llegadas en la posmodernidad, la sociedad no estimula con beatos
ni con gladiadores anacrónicos de circo romano, sino con deportistas de carreras
efímeras y educación primaria: estrellas de brillo y esplendor fugaz a las que
hace la veneración emocionada, porque una estrella no es tal si carece de
admiradores incondicionales, y aplaudidores delirantes, que dilapidan
oportunidades producidas por el Tiempo y el Trabajo.
De entre el tercio de los jóvenes
escolares españoles, alistados en el fracaso escolar, escasean quienes no
siguen boquiabiertos a una sociedad deportiva, más o menos anónima, y desayunan
en tazas con su escudo serigrafiado, visten sus camisetas, bufandas y
calcetines, se limpian con sus toallas, y han colgado sobre la cabecera de la
cama el banderín, y un póster con la imagen de una o varias estrellas: LOS
NUEVOS ICONOS que veneran los incautos.
Y mientras creen vivir, equivocadamente,
en la sociedad que asegura el ocio y las fiestas interminables y gratuitas,
miran la pantalla del televisor por la que transitan fenómenos del deporte
publicitando con torpeza evidente: la marca de tejanos, perfume, dentífrico o
modelo de móvil que debieran adquirir los que miran y… ¡pagan! En definitiva,
tengo la impresión de que el origen que inspira estas conductas suicidas sabe
muy bien lo que hace: teme que instalar el realismo en la cabeza de la juventud
es tan peligroso como poner una navaja barbera en las manos de un mono, y
aplica la inteligente advertencia de que,
es más fácil gobernar un pueblo de idiotas que organizar un pueblo de
sabios.
Por último resulta imprescindible decirle
a los individuos de esta “hinchada” que, no sólo han sido ganados por lo
efímero y viven el presentismo absoluto, es decir, no sólo viven en la inopia un
presente invariable y eterno, o la más rabiosa actualidad ajena a la
existencia del futuro, también han asumido el alcohol como valor positivo,
trivializan el sexo, no han leído un libro en su vida ni lo leerán, beben como
esponjas, comen como animales, fuman cualquier cosa, no hacen ascos a ningún
vicio y, se preparan para acumular importantes cantidades de… ¡asfixiantes
deudas! Hay mucho de aditiva narcotización en la actitud de mirar como
juegan los otros, aunque como hecho sociológico, del deporte no hay que esperar
nada bueno ni nada malo, sino la tendencia a perpetuar todas las miserias y
carencias que nos rodean.
A la llegada al mundo de nuestra
generación, encontramos un orden del que no podemos responder, pero sí seremos
responsables del orden que dejemos a nuestra partida. Por fortuna, y en virtud
del libre albedrío, la sociedad suele culpabilizar a las víctimas y nadie nos
pedirá cuentas, pero alguien tendría que explicar a esos jóvenes cosas muy
sencillas:
Primero que en el futuro serán perseguidos,
sin descanso, por el pasado.
Segundo que el Tiempo perdido nunca
retorna, y el Trabajo es el medio para ganar los partidos más importantes.
¿O miraremos con indiferencia como son engullidos por la
trituradora de pobres?
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