En el año 2012 asistimos a un controversia que pareció nueva
siendo muy vieja: la provocada por
Benedicto XVI al llamar, tímidamente, a la conciencia cristiana a favor de la
desaparición de la mula y el buey en el nacimiento de Jesús, porque es sabido
que la inspirada e inteligente frase original del profeta Habacuc “Señor, tu
te manifestarás entre dos edades” habría llegado a la versión latina
traducida por la insustancial e insignificante: “Señor, tu te manifestarás
entre dos animales”. La sugerencia del Papa, que pretendía hacer justicia a
la exactitud, levantó ampollas en las sensibilidades más solidarias a la
tradición rutinaria. Podrían, no obstante, multiplicarse por mil las
inexactitudes, sin que lo más importante de la religión cristiana sufriera el
más mínimo descrédito que, en opinión de creyentes e incrédulos, es la doctrina
y/o principios morales que predica. Es decir, el contenido y no el cascarón.
Conforme a las exigencias que el mundo moderno tiene para con
los acontecimientos más importantes, los historiadores han buscado, en los
hechos de la vida de Jesús, la verificación de que determinados pasajes,
efectivamente, fueron bien recogidos por los evangelistas, o por el contrario
llegaron hasta nosotros de forma equivocada o caprichosa. Pocas cosas escapan a
ese afán investigador, y el año del nacimiento de Jesús no es una excepción,
por más que la tradición lo haga coincidir con el primer año de nuestra Era, y
sea ésta sea la intención primitiva. El error en la datación cronológica sería
en primer término atribuible a Dionisio el Exiguo, monje y matemático sirio que
vivió en Roma en el siglo VI y primero en plantear el antes y después de
Cristo, equivocadamente, al hacer coincidir el año 1 con el año 753 de Roma. En
segundo término, y a la luz de los estudios que se realizaron en el siglo
pasado, las contradicciones de los hechos que narran los Evangelios, son
difícilmente conciliables. Veamos.
Si queremos que Jesús naciera en época de Herodes, y en los
días en que se llevaron a cabo represiones masivas, no hablaríamos del año 1,
sino de los años –7 ó –4. En el primero se produjo la confabulación de
Aristóbulo y Alejandro, hijos de Herodes y de su primera mujer, Mariana,
en un movimiento que es derrotado por el rey, quien provoca el linchamiento
sangriento de sus 300 partidarios en
Jericó, y ordena degollar a sus propios hijos en Sebaste de Samaria. El episodio pasó a la
historia como “degollación de los inocentes”. Y no se produjo la coincidencia
con la aparición de un fenómeno de dimensiones celestes, presuntamente un
cometa, sino con la conjunción de Saturno y Júpiter entre los meses de Febrero
y Diciembre de ese mismo año que podrían sustituir a la visión del cometa
Halley, del que los astrónomos dicen que
se hizo visible el año –22.
Tres años después, en el
–4, se sucedieron dos insurrecciones populares con las que pudieran
identificarse las matanzas, y con el coste de muchas vidas humanas. La primera
antes de la muerte de Herodes el Grande, y la segunda después. Si es preceptivo
que Jesús naciera en vida de Herodes, debemos recordar la primera dirigida por
Judas hijo de Serifa, y Matias hijo de
Margaloth, quienes derribaron el águila de oro, con que Herodes mandó
embellecer, paganizando, la puerta principal del templo de Jerusalén, un
emblema que burlaba notoriamente la fe
judía y complacía al emperador de Roma. El movimiento sedicioso acabó con 40
revoltosos degollados y ambos cabecillas quemados vivos. Y la fecha exacta en
que se produjeron estos acontecimientos debiera ser el l3 de Marzo de ese año,
en que se hace visible el eclipse lunar
observado desde Palestina, según cuenta Flavio Josefo.
La
segunda de las sublevaciones del año –4, la sofocará Varo, gobernador de Siria,
quien al mando de dos legiones y numerosas fuerzas auxiliares, la resuelve con
2.000 prisioneros judíos crucificados y otros muchos vendidos como esclavos,
pero para esa fecha Herodes habría muerto. Desde entonces la historia de los
judíos es la historia de un inaplazable deseo de venganza y liberación, los
levantamientos en armas y rebeliones intermitentes en Galilea y Judea, contra
los romanos, y en apoteósica y temeraria crudeza, no cesarán hasta la
destrucción de Jerusalén, en el año 70, por las fuerzas de quien más tarde será
emperador romano: Tito.
Diez años después, en
el 6 d. d. C. se produce un importantísimo suceso que recuerdan los Evangelios,
ligado al nacimiento de Jesús y de difícil conjugación con las fechas
anteriores: El empadronamiento. El emperador Augusto hace de Judea una
provincia romana, y la explotación sistemática de sus recursos, con la
consecuente recaudación de impuestos a los nuevos ciudadanos, requiere de la
elaboración de un censo de la población. El resultado de la concesión de la
ciudadanía romana es la formación del partido Zelote y la multiplicación de los
sicarios, la radicalización y el odio visceral a Roma, (la Nueva Babilonia) la
exacerbación de los ánimos, el mesianismo, la utopía teocrática nacionalista
revolucionaria, y la lucha por la independencia del pueblo judío que escribe
con sangre los días de mayor heroísmo de su historia. Sin embargo, y en el
empeño de conocer el año del nacimiento de Jesús, este capítulo, que afirmaría
su nacimiento en Belén, lugar donde naciera el rey David, contradice la
posibilidad del hecho en vida de
Herodes, distanciándolo, al menos, en una década. Tal vez no hubiera
otra intención, al casar estas contradicciones, que la del deseo de ver cumplida
una profecía antigua, y tal vez deban los papas proseguir instruyéndonos sobre
algunos errores que la historia pone en cuestión.
Tengo un amigo entre el clero que sonríe cuando se lo hago
ver.
Felices fiestas a todos, y que 2014 os atienda con
generosidad.
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