LA BRUJA
– soy el profesor de ciencias Sandalio
Monteamargo Negrete, al que algunos de ustedes ya conocen, y hoy me trae aquí
una misión distinta a la de impartir la asignatura, no por ello con intención
menos científica. –Dijo dando por iniciada la conferencia tras desprenderse del
abrigo de color verde lagarto, que dejó sobre el asiento, y extendiendo un
libro sobre la mesa del estrado, con decenas de lengüetas de papel que
separaban las páginas con subrayados, enunciados, apostillas o aforismos de
interés para la ocasión, que leería más adelante.
Había parecido imprescindible, al director
espiritual del internado, que la formación moral de los alumnos en las últimas
sesiones de los Ejercicios Espirituales del curso, la potenciara un
profesor de ciencias en lo que respecta a la espinosa y peliaguda cuestión de
la relación del hombre con el sexo, y
para ello nadie mejor que la prudente y medida contundencia del profesor
de naturales, Sandalio, un cuarentón avanzado y de rostro severo, alto,
conquense de origen, apóstol propagador y cruzado del conocimiento, con tan
gran capacidad de comunicación y verbo, que merecía carta blanca para
transmitir de viva voz, juicios y experiencias en materia tan delicada.
– Si alguien espera de mí una lección de
moral al uso, se equivoca, –prosiguió el profesor– de manera que pueden ir
archivando monsergas, que amenazan condenar al lujurioso con la perdición del
alma, y penas de Infierno. Yo les hablaré de la antesala de ese abismo, de los
castigos que padecerán en este mundo, pues si bien es cierto que “Dios ha
puesto a nuestro alcance gratuitos, magníficos y simples goces, para impedir su
disfrute a destiempo, la naturaleza nos mortifica con las consecuencias más
dolorosas y sanguinarias: el Infierno en la Tierra”, –dijo mirando al libro
de soslayo–. Lo sé, porque libros como éste, en la materia que hoy
abordamos, lo enseñan y demuestran científicamente.
El profesor levantó la mano derecha
exhibiendo el ejemplar, y moviéndolo con el brazo adelantado, haciendo un
barrido de uno a otro lado, posibilitó la lectura de su título a todos los
alumnos sentados en los asientos de la sala de conferencias. Se trataba de “Onanismo
o el espantoso pecado de la autopolución”, escrito por un autor inglés de
nombre Bekkers, médico de profesión, religión protestante, moralismo
integrista, y editado en el año1710: una terrible y categórica advertencia que
daba fe de las consecuencias provocadas por la masturbación masculina. El
título estampado en letras bien visibles sobre la portada, unido a las últimas
frases, hicieron temblar inconscientemente, tanto a los cercanos, como a los
alumnos más alejados del estrado.
–Les hablo desde la experiencia, la
decencia y el sentido común. A los argumentos metafísicos y teológicos que en
los Ejercicios Espirituales habrán escuchado, yo quiero añadir
evidencias razonadas: el cúmulo objetivo e indiscutible de conocimientos de que
nos provee la medicina. En la masturbación tienen el origen las mayores
calamidades que un joven puede padecer. Entre ellas, no quiero privarme de
citar las más importantes que descubriera el doctor e investigador Bekkers: “…trastornos
estomacales y digestivos, inapetencia o hambre canina, vómitos, náuseas,
debilitamiento de los órganos respiratorios, ronquera, impotencia y falta de
libido, sensaciones dolorosas en la espalda, trastornos visuales y auditivos,
mengua de las fuerzas físicas, palidez, delgadez, pústulas en el rostro,
aminoramiento de las fuerzas síquicas y de la memoria, ataques de rabia, sabañones
en los pies, idiotez, epilepsia, rigidez, fiebre y caída en la tristeza que
puede llegar a inspirar el suicidio...” ¡La perspectiva no es posible
imaginarla más espeluznante!
El profesor Sandalio cerró el libro e hizo
una pausa; un entreacto calculado para estudiar la reacción de los alumnos,
apreciada en la expectación absoluta reinante en la sala, donde se hubiera oído
escandalosamente la respiración de una mosca. A la generalizada mudez que
provocara su introito, reaccionó quitándose las gafas de concha, que limpió
insistente y lentamente con un pañuelo, oteando desde sus dos metros de alzado
los trescientos sesenta grados del entorno, antes de aplicárselas sobre la
nariz para proseguir el discurso reentrando
en el tema sin preámbulos y a degüello.
–No crean en esa peregrina y
extravagante idea que corre de boca en boca, e ignora la conveniencia saludable
de guardar a cualquier precio la castidad: “Órgano que no se ejercita se
atrofia…” es una aseveración falsa. Yo afirmo lo contrario, ¡los espermatozoides
que se reservan son como los buenos vinos, ganan en calidad! Cierto es que el
número de espermatozoides que produce el organismo humano en una vida, es muy
alto, extraordinariamente alto, pero limitado o finito. Y cuanto antes comienza
a consumirse esa energía, antes se agota. Es como si alguien dispusiera de
recursos económicos para consumir tres panes a lo largo de una semana, y se los
comiera el lunes.
Pese a la improvisación del hilo
argumental, la respuesta de algunos sí, dispersos, con tibieza y a modo
de rumor, dieron pie al profesor Monteamargo, que negaba amenazar pero
amenazaba, para continuar alimentando el incendio con más carbón:
–El
argumento a favor de este control de capital energético es simple y de carácter
economicista. No hay más que dos alternativas a seguir, la de la Cigarra, o la
de la Hormiga. ¡Dilapidar espermatozoides sin miramiento, o ahorrarlos
avariciosamente! En sus manos está la decisión trascendente, que consiste en
malgastar como las primeras, o reservar como las segundas, energías que
precisarán mañana ––profirió inalterable, empujando las palabras con el
cuerpo entero.
En aquel momento, algunos sofocados
susurros comenzaron a recorrer el espacio de boca a oído, y el profesor
interrumpió la arenga dirigiéndose a los alumnos, sin personalizar, y esbozando
una sonrisa oblicua y atravesada.
–Sí, digan…, pueden interrumpirme…
no pasa nada, díganme…
–Bueno, –alegó un estudiante–
quería decir que el padre Félix nos dio una charla el martes pasado, y puso
como ejemplo sobresaliente al que llamó rey de la selva: El Elefante,
una bestia de larga vida que se aparea una vez cada dos años…, o cada tres.
–Sí, en efecto –improvisó el
profesor con fingida naturalidad e inteligente oportunismo–: El
Elefante es un modelo paradigmático en economía de recursos sexuales, ha sido
invariablemente el prototipo de la Iglesia por su austera y espartana
autodisciplina, pero soy un científico, me rijo por patrones distintos; al fin
y al cabo debemos a la ciencia el descubrimiento en laboratorio, y
fehacientemente, de que la masturbación produce: “el reblandecimiento de la
columna vertebral, la sequedad del cerebro y la producción de ruidos en el
interior del cráneo, en un proceso, finalmente, letal”. En pocas palabras,
la demostración empírica de la capacidad del placer solitario, para
desintegrar o fulminar la anatomía humana. En último término, los científicos
convergemos con las normas morales a las que mansamente debemos plegarnos.
Llovía sobre mojado, la originalidad era
escasa, pero la exposición efectiva; para acosar al deplorable vicio de la
masturbación, en la generación de los años 60, había ya dos mecanismos útiles:
si la proposición moral no tenía la fuerza suficiente para doblegar la voluntad
pecadora, tal vez la venganza que se tomaba la naturaleza por su cuenta y
riesgo, despertara una conciencia puritana y represiva suficiente. Y para
cumplir el objetivo, se valían también en el internado de dos soluciones
paliativas: una dietética, la dosis diaria de bromuro per cápita y sin
tiento, distribuida y mezclada con los alimentos en almuerzo o cena; la otra
fundamentada en la razón administrativa
y contable de los espermatozoides.
Después, el profesor Monteamargo cambió de
tercio, y habló de las enfermedades de transmisión sexual como espantosa
antesala de la muerte, aportando una galería de imágenes fotográficas delatoras
de la destrucción física del libertino reducido a escombros. Rostros deformes,
amoratados y agujereados, purulentos y sangrantes, o narices carcomidas, labios
infectos, ojos hundidos y rijosos, sexos llagados y repugnantes, le permitieron
rematar aseverando que, “los organismos vitales del cuerpo humano, en
un proceso calculado diabólicamente, son atacados por las enfermedades
venéreas, sistemática e implacablemente, hasta su total e inmisericorde
podredumbre”.
Conforme la clase avanzaba, como tomada al
asalto a sangre y fuego por los cuatro jinetes del Apocalipsis, cundía el
pánico en el aula, y encogían los cuerpos de los alumnos, quienes con la
conciencia de ser campo de batalla de la concupiscencia, saldrían de aquel
lugar espantados, arrepentidos, lívidos y pesimistas, reprochando a la creación
no haberles asignado el papel de asexuados engendros, o aberraciones sin
instintos, antes que despreciables humanos con debilidades.
Finalizada la conferencia, el profesor tomó el
pasillo a grandes zancadas, y bajó los escalones de tres en tres hasta la
planta baja, mientras miraba el reloj intermitentemente, sin demasiada
confianza en que el tiempo encajara con sus compromisos. Salió del colegio,
atravesó la plaza, y a punto estuvo de atropellarle una Vespa. Tomó la
primera a la derecha, y dos calles más allá junto a la Fuente de Venus, y al
volante de un flamante SEAT 600, le esperaba su amante a la que, antes de
introducirse en el vehículo saludó sonriendo como un niño, y con un beso en la
mejilla.
–Cariño, llegas un poco antes de lo
que esperaba, por una vez eres puntual.
–Bueno, es que hoy he dado una
clase atípica… no me ha sido complicado cumplir siendo breve… te aseguro que
esos, no se la tocan, en un par de años, y… ¡no me olvidarán en el resto
de sus vidas!
–¡No me lo digas!… lo adivino, les
has hablado de sexualidad.
–En efecto. Debemos
insistir, y formar una juventud de entereza moral a toda prueba. Modélica. No
podemos consentir que aprendan de los malos ejemplos de la calle, que se
combaten con métodos pedagógicos. El cine, la música moderna, el turismo y las
influencias europeas en general, alteran y relajan negativamente, costumbres y
tradiciones de nuestro país. Las autoridades son demasiado permisivas con la
prostitución; los censores, con la radio, la televisión, o las publicaciones en
papel; se habla de la liberación de la mujer y la píldora anticonceptiva… las
españolas quieren adoptar la moda de la minifalda, importada de Inglaterra y
que se ve en Torremolinos: ¡ese antro de perdición!… ¿Hasta dónde vamos a
llegar a este paso, de no hacer distinguir a los jóvenes entre la libertad y el
libertinaje? ¿Hasta dónde?
–Por cierto, Sandalio, –le
interrumpió ella poniéndole el índice de la mano derecha, tiernamente,
sobre los labios– a partir de hoy debemos de fijar la cita en otro
lugar, éste ya no resulta suficientemente discreto. Tengo la impresión de que
no es casual, he visto pasar muy cerca y hecha una furia, a la bruja.
–¿Qué bruja? –preguntó
Sandalio Monteamargo Negrete palideciendo, sacudido y sobresaltado por la
sorpresa, mirando conmovido y preocupado
en derredor.
–¡Tu esposa! ¿Qué otra bruja
conocemos, que poniendo precio a nuestras cabezas, ande a su caza y captura?
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