domingo, 27 de mayo de 2012

Animales (3)

SOIS ÁGUILAS CARROÑERAS




     –En resumen, colegas, –expuso Darío con la voz nasal que le caracterizaba– presumo estar en lo cierto. Controlo a media docena de clientes que frecuentan el puticlub, y bastante información suministrada desde el interior; son tipos económicamente bien dotados. Y como hemos debatido suficientemente, dejadme que os lo diga,  lo más ventajoso es dar el golpe un viernes. Quiero decir, mañana, no merece la pena demorar la fecha, cuanto antes mejor… ¿vale?
     –¿No convendría otro día de la semana? –preguntó Chema.
     –De ningún modo. Trabajo en la gasolinera los viernes, sábados y domingos por la noche, y de los tres, el primero es el de mayor afluencia. De entre los seis pájaros fichados, no menos de dos pueden contabilizarse cada viernes; los sábados y domingos la probabilidad es descendente… pura cuestión  estadística.

     A la proposición de Darío, los amigos Chema y Luis Bravo respondieron frotándose las manos. Desde algunos meses atrás venían planeando un golpe modesto, sin pretensiones de sacar grandes beneficios, pero “útil para probar fortuna en el arte de la expropiación forzosa”, le gustaba  decir a Chema.

     –De manera, –intervino Bravo– que debemos de traer la herramienta de que hemos hablado en otras ocasiones. Yo, la pistola… ¡ya sabéis!... el viejo va a resultar providencial, ha de servirnos de algo que yo sea hijo de militar de carrera. A ti, Chema, te corresponde aportar un par de barras de hierro; creo que esos individuos, no representarán ningún problema si disponemos de elementos de ataque contundentes.
     –¿Y tú? –preguntó Chema a Darío, cerebro de la operación.
     –No necesito nada, –respondió– pueden reconocerme porque algunas veces los he atendido en la gasolinera, la misión mía es controlar su salida desde mi puesto de trabajo, y llamaros por el móvil para que actuéis en el semáforo. Además me he ocupado de manipularlo; ocultos tras la cabina telefónica, en un instante lo pondréis en rojo para los automovilistas, y con un solo dedo. Con vuestra acción y las llaves de judo, como la pistola y las barras, nos sobran armas de combate para dejarlos sin dinero y sin coche.
     Al día siguiente, viernes, Bravo se enfrentaba al mayor problema. En tanto Chema recogiera de la furgoneta del mayor de sus hermanos, los tubos que éste empleaba en trabajos profesionales de fontanería, Bravo necesitaba tiempo y paciencia para hacerse con la pistola de su padre, guardada en alguna parte. Y esperaba una oportunidad suponiendo que debería encontrarse en el dormitorio principal, al que se accedía a través del salón, lugar casi siempre ocupado por alguno de sus padres.  A las nueve de la noche, el padre anunció que debía de marcharse al  cuartel por razones ineludibles, y dirigiéndose a su esposa abundó en lo que venía anunciando horas antes:

     –No os alarméis. Esta noche podríais escuchar el paso de coches de bomberos, u otros vehículos de los servicios públicos… o quizá circulen por la Avenida Calatrava… no lo sé. Haremos zafarrancho de combate en el cuartel… una simulación de atentado terrorista que comenzará entre las dos, y las seis de la madrugada, poniendo en marcha a mil hombres en colaboración con las unidades de socorro civil.
     –¿Siendo el coronel, desconoces la hora exacta? –preguntó la esposa.
     –El detalle de los ensayos de emergencias, lo decide la Plana Mayor un rato antes. Lo acordaremos en un par de horas… Luis, hoy tienes la oportunidad de ver algo interesante en el  cuartel,  yo en tu lugar no me lo perdería, ¡vamos, acompáñame!
     –No papá, no ha podido ser en peor momento, ¡lástima! Celebramos la fiesta fin de curso –mintió con habilidad y desparpajo.
     –¡Siempre que no andes por ahí haraganeando! –Refunfuñó el padre, y dirigiéndose a su esposa continuó–: ¡Proteges demasiado a Luis!… Si dejaras en mis manos a este holgazán…
     –¿Qué?... –preguntó ella.
     –Lo metería en el ejército, allí haríamos de él un verdadero hombre.

     De la conversación entre los viejos, Bravo sacaba importantes ventajas. La primera, que en breve y con la ausencia de su padre podía buscar el arma con tranquilidad; la segunda, que disponía de toda la noche para devolverla a su lugar sin que fuera advertida su falta.
Apenas abandonara el padre de Bravo el hogar, el muchacho pidió a su madre que le planchara la camisa estampada de flores, a fin de que se alejara del dormitorio principal. Y cumplido el objetivo, se introdujo en él, donde resultó sencillo encontrar la pistola en la mesita de noche: una pequeña FIE, titán calibre 25, de seis cartuchos y de fabricación italiana, que ocultó en la decorativa maceta de cerámica china del recibidor. Esperó después  un tiempo para ponerse la camisa recién planchada o cenar frugalmente, y dio un beso a su madre antes de salir a la calle con el arma en un bolsillo del pantalón, para tomar un autobús, que lo dejó a menos de un kilómetro de la gasolinera en la que  esperaba Darío, cerebro y alma de la operación, junto a Chema, su mano izquierda.

     –Bien, troncos, –dijo Darío con cara de satisfacción– tenemos dentro del antro a tres presuntos, y han dejado los bugas en el parking bajo el edificio. En mi opinión no es conveniente dar el palo al primero que salga, sino al último. Y cuanto más cercano a la madrugada lo haga, mejor, esta carretera se desertiza al avanzar la noche. ¡Ni Dios verá el golpe!
     –¡Perfecto! –corearon al unísono Bravo y Chema palpándose los bolsillos donde portaban las herramientas de trabajo.
     – Atacaremos por tierra, mar y aire –añadió Chema, teatralizando el anuncio y haciendo el indio.
     –Perfecto sí, –advirtió el cerebro– pero la acción requiere disciplina. No penséis abandonar el entorno, ni perdáis de vista la cabina del teléfono, ni hagáis una sola llamada. Y probad que, el interruptor del semáforo lo pone en rojo a voluntad, no quiero fallos, os mantendré informados llamando al móvil de cualquiera de los dos.
     –Tranquilo Darío, aprovecharemos bien la oportunidad. ¿O, no confías en nosotros? –preguntó Bravo.
     –Confío, pero necesito saber que habéis asimilado las lecciones que recibisteis de mí, ayer mismo, sobre el Águila carroñera. Nada escapa a sus garras de una cuarta de envergadura, y goza de la vista excelente de la que carecéis;  coincidente con el espacio que hay desde la esquina al semáforo, acecha a las presas al menos desde trescientos metros de altura, y no se vale de pistolas, artilugios, ni nada. ¡Vamos, que tenga que poneros el ejemplo de un animal! Hoy comprobaremos si los dos juntos, sois tan capaces como un águila solitaria, o no.

     Entretuvieron la espera durante horas, provistos de un par de litros de kalimocho por cabeza, alternando paseos, sentadas, y estudios del  plan a llevar a cabo, sin poner en duda la conveniencia de respetar la secuencia prevista del abordaje al automóvil. Cercano a la cabina telefónica y unos pocos metros delante del punto en que pararía el coche, habían dispuesto un carro sustraído en una gran superficie comercial, lleno de trapos y cartones rociados de gasolina listos para arder. Y a las tres de la madrugada recibían la llamada de Darío informando de la salida de la primera de las posibles víctimas a la que vieron pasar, memorizando el plan trazado para cuando hubiera de aplicarse. Dos horas después, abandonaba el prostíbulo la tercera y designada al asalto.

     –Atención, colegas, –avisó Darío– el pollo sale del garito bebiéndose un cubata, ¡poned todo a punto! Lleva un pito en la boca, y sobrepuestos en el careto, el bigote de Charlot y la picota de Pinocho. La chavala que le acompaña, a la que va metiendo mano, es  una veinteañera de buen ver, una negrita que cubre los hombros con un chal azul cielo… es una prostituta fina, y diría que va jarreada… Atención de nuevo… ¡Atención!.. El buga abandona el parking, y el conductor se ha calado hasta las orejas el gorrito de la furcia… trescientos metros más y, ¡está en vuestros dominios!.. No olvidéis la condición de que sois aves temibles: águilas carroñeras… cuelgo el canuto porque debo servir gasofa a un cliente.

     Pocos segundos después, la pareja iniciaba la operación pulsado el interruptor oculto del semáforo, que enrojeció, y el automóvil frenó al borde de la línea anterior del paso de peatones. En tanto Chema lanzaba el carro sobre el asfalto y un cigarrillo en el interior, incendiándolo, Bravo rompía los faros delanteros  con dos certeros golpes. En décimas de segundo, ambos se lanzaban tubo en mano sobre las ventanillas de las puertas delanteras, destrozándolas. La prostituta negra, sentada en el asiento del acompañante del conductor, chillaba aterrorizada, mientras Chema la arrancaba el bolso que descansaba sobre su regazo, y Bravo tomaba la pistola del bolsillo derecho del pantalón, encañonando al conductor del vehículo amenazándole verbalmente, y aprestándose a meter su mano izquierda por la ventanilla para atraparle por el cuello.

     –¡Vamos, hijo de la gran puta, dame la cartera, el dinero, las tarjetas de crédito, el reloj y todo lo que tengas de valor, o te pego dos tiros!… ¡Que no tenga que repetirlo dos veces!... ¡Muévete cabrón que me falta paciencia... y sal de ahí… nos llevamos el coche!... ¡He dicho que salgas! –le gritó apoyando el cañón de la pistola en el pecho.
     –¡Luis!... ¡Luis! –gritó el conductor agredido, visiblemente confuso y alucinado– ¿¡No me conoces!?... ¡¡¡Soy tu padre!!!
     Atónito Luis Bravo, abrió los ojos desmesuradamente. Humillado tras la máscara, el coronel Luis Bravo Trashorras del ejército de tierra: su padre.

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