Existe una vieja y terca corriente
sociocultural, que incita a la aceptación generalizada de tradiciones,
aconsejando eludir la labor de improvisar el presente, o decidir el destino y
asumir el riesgo de desarrollar la autonomía
personal.
Se nos educa en la rutina que alimenta
prejuicios trasnochados, tomando por canónicos los legados antiguos, dictados
por la humildad de quienes sin medios y sin ciencia hicieron pasar ocurrencias
ingeniosas por verdades absolutas. Propósitos de esa enjundia elogian la
inspiración conservadora y regresiva, que perpetúa concepciones anacrónicas en
materia cultural, religiosa, sexual, política o social. Y creer que tal herencia
folklórica preñada de leyendas y supersticiones, ha de ser abrazada como guía,
no es más que un indicio de la anemia intelectual u ociosidad servil, que
hace concesiones al mundo antiguo en un brindis a la inopia.
Nos impide
decidir el futuro.
Llena las
cabezas, vacías de vida interior, cercenando su independencia.
Prioriza
intereses y valores altisonantes pero hueros.
Despliega un
intenso fervor a la vetusta cosmovisión religiosa.
Determina
privilegios de cuna, y canonjías.
Otorga un valor
primordial a las consignas repetidas con obstinación.
Se afirma en
que nos ha dado a conocer la verdad absoluta.
Cuenta a las
gentes una historia inventada.
Califica de
derecho divino el sostén de instituciones moribundas.
Otorga
a los individuos la imputación gratuita de los éxitos de la Patria, jamás
conquistados por uno mismo, que sustituyen frustraciones por satisfacciones
ilusas.
Y concede al
pueblo determinadas prebendas, o celebraciones festivas y sádicas, que afloran
los peores instintos frente a animales a los que se tortura sin misericordia;
destrezas populares despreciables que adquieren categoría de ritos, a la manera
del tristemente famoso Toro de la Vega o de otros arrabales infectos,
alentadores de las inclinaciones bárbaras de los domésticos más torpes,
arracimados en plebes.
El pasado, en
suma, presuntamente noble, y al que se
nos pide respetar no por bueno sino por viejo, no siempre es un ejemplo a
seguir, y en consecuencia hay que rendirle homenaje… si lo merece. Pero nada
debemos a nadie, no hemos de pagar peajes por caminos impracticables, y cuando
un edificio no nos gusta se demuele; escribía
Karl Popper sin rodeos que, “hay que
estar contra lo ya pensado, contra la tradición, de la que no se puede
prescindir, pero en la que no se puede confiar”.
Karl Popper |
Cepo que
agarrota el progreso y las iniciativas de los individuos y los pueblos.
Muralla
levantada por los mediocres contra la creatividad y la libertad.
Rémora capital
que rehuye la responsabilidad de asumir la realidad.
Y freno del pensamiento reflexivo.
De ahí nuestra
resistencia a pasar bajo las horcas claudinas de un pasado autócrata y absorbente que quiere ser
presente, e impone sus prejuicios a las voluntades creativas extendiendo, por
los cuatro puntos cardinales, la obediencia y la ignorancia. De tal manera que
quienes siguen la costumbre, como el tonto la linde, no pasan a la historia por
genios innovadores sino por costumbristas genuflexos y repetidores de consignas
insípidas, faltos de originalidad y resistentes a todo avance o evolución.
¿Para cuándo entonces el triunfo de la civilización sobre la rutina y el hábito?
Noam Chomsky |
Mirar obstinadamente hacía atrás, con el peligro de auto producirnos una espantosa tortícolis, sugiere acabar recreando una situación regresiva inevitable, o un viaje en el tiempo. Si lo deseable, natural e inteligente, radica en bendecir, mantener y practicar obedientemente valores arcaicos, sometámonos a un proceso que nos devuelva primero a la esclavitud y después a las cavernas. Para entonces, perdidos utensilios, ciudades y civilización, sanidad, higiene, escritura y conocimientos, gozaremos de la naturaleza en su plenitud, desnudos, con largas barbas y perfilando hachas de sílex. Hay sin embargo tradiciones más añejas, más robustas y verdaderas que estamos obligados a reconquistar… ¡las auténticas! Por consiguiente deberemos retornar a las formas simiescas y primitivas de nuestra arquitectura corporal, renunciar al fuego y cambiar:
El lenguaje por gruñidos.
El desplazamiento bípedo por el cuadrúpedo.
Y por fin primates, volvamos a trepar a los árboles donde encontraremos
la verdadera sabiduría, la única, el genuino y legítimo origen de los hábitos,
costumbres y valores tradicionales...
Adán y Eva, la serpiente, Caín y
la quijada de burro...
¡Qué queréis que
os diga… prefiero asumir los valores de la posmodernidad!
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