Nadie
ignora de donde venimos, la geopolítica y los acontecimientos históricos nos
han situado en el lugar que ocupamos hoy, frente a dos alternativas o modelos
de sociedad que cabe suponer inevitables, y nos permiten preguntarnos adónde
vamos.
¿Vamos hacia una sociedad que acepta el
juego del capitalismo social, la observancia de deberes o derechos que
dignifican a todos los ciudadanos, y el cumplimiento de la justicia?
O, por el contrario:
¿Caminamos
hacia la implantación de los métodos del neoliberalismo salvaje, la
corrupción institucionalizada, las sociedades de capital sin control,
los paraísos fiscales, la limosna o el donativo, el predominio de las libertades
sin discriminación, y la demolición del estado de bienestar?
Planteamos así
la cuestión política por excelencia, circunscrita a la eterna lateralidad derecha
e izquierda, y que Hannah Arendt, de ningún modo sospechosa de
izquierdismo, identifica con egoísmo y compasión, que a juicio
de Nietzsche son partes
esenciales del alma. Por extraño que parezca, hablamos de una vieja
división entre los individuos que proviene desde los tiempos de Caín y Abel. De
manera que, la Derecha y la Izquierda vendrían a representar grandes sectores
sociales, separados por una situación económica, que determina la conciencia
social y el cultivo del vicio o la virtud. El esquema, simétrico, no es
ideológico ni tendencioso sino razonable, lógico y natural, un estado de la
conciencia de cada individuo que no ha sido impuesto artificialmente por nadie.
En definitiva,
progres y escasos de recursos empujados por elementales necesidades de
supervivencia, debieran alinearse en la Izquierda urgiendo a la realización de
trasformaciones profundas, en tanto conservadores liberales y de Derecha
lamentan profundamente el estado de cosas, o tal vez indiferentes introducen
sus manos en los bolsillos aconsejando una falaz solución: dejad hacer,
dejad pasar, que el mundo se arregla solo.
Y tampoco ha
de sorprendernos la legitimidad de los valores que sustentan.
De un lado la
Derecha:
Abanderaría el
aprecio incondicional al interés como única ética personal. Y también el orden,
la ley del mercado, el trabajo, la autoridad, el mérito, la libertad, la
privatización del patrimonio público, la enseñanza privada, el culto al jefe,
el respeto a la tradición, el pragmatismo y el realismo, las organizaciones
paliativas de la miseria, la caridad… la caridad… la caridad…
Del lado
opuesto, la Izquierda:
Sería adalid
de la compasión o sentimiento humano explícito que, desea eliminar el sufrimiento de la mano del Estado
providencial. Y ponderaría la generosidad, el laicismo, la solidaridad, el ocio
y las fiestas, los derechos laborales, la igualdad, los impuestos directos, la
enseñanza gratuita, la nacionalización de la riqueza, el idealismo y la utopía,
el asociacionismo profesional, la justicia… la justicia… la justicia…
Y cometeríamos un error omitiendo otros
valores, que defienden tirios o troyanos.
La Derecha: La importancia de comer
pocos para comer mucho.
La izquierda: La necesidad de comer
poco para comer todos.
La Derecha: La veneración al Pasado, la Nación
y la Monarquía.
La Izquierda: La pasión por el Futuro, el
Pueblo y la República.
Por lo que respecta al sentimiento religioso,
cuando se da, y aunque cada cual arrima el ascua a su sardina y la herejía tiñe
ambas concepciones políticas, sostienen una misma figura en lo dogmático con
proyectos distintos, e incluso disparatados:
La Derecha
propone la salvación individual y un Cristo de la fe.
Y la
Izquierda defiende la salvación colectiva y un Cristo de la historia.
La Izquierda
asume a Lucas por su apego a la realidad.
Y la Derecha
a Mateo, preferido de la Iglesia, por su obvio revisionismo.
Y ello
porque, en diferentes versículos, las contradicciones entre ambos evangelistas
deciden tendencias dispares, proponiendo una espera interminable para los
cambios sociales, o urgiendo a su cumplimiento ¡aquí y ahora! En favor de la brevedad, nos serviremos de un
solo ejemplo del Sermón de la Montaña, y
el drama candente de la pobreza.
Para Lucas,
un Cristo de la historia, socialmente radical, predicaba la urgente e
inaplazable necesidad de cambiar el mundo. Y promete sustituirlo por el ideal del
reino de Dios que, esperaba implantar el patriotismo judío en su tierra,
ocupada militarmente por los romanos a quienes se combatía con las armas: “Bienaventurados
los pobres porque de ellos es el reino de Dios”. En contextos diferentes, hoy
podríamos ver su réplica en la Teología de la Liberación.
Para
Mateo, por el contrario, Cristo dijo otra cosa, hablaba otro idioma. Un Cristo
de la fe, místico y neutral, transige con una realidad injusta e irreversible,
remitiendo la solución a largo plazo, a un mundo más allá de la vida: “Bienaventurados
los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los
cielos”. Una fórmula confusa con retoques de gruesa retórica, bien
avenida con el hecho de conceder al
César derechos que un judío jamás hubiera concedido, del gusto hoy de los
obispos evidentemente conservadores, en la que está por despejar quienes son
esos pobres.
Dicho esto, y
para terminar, ni están todos los que son, ni son todos los que están en
la Izquierda o la Derecha. Multitud de individuos, por torpeza o por
extraordinaria sensibilidad, sostienen ideologías que entran en contradicción
con su propia realidad social. Y el cambio de chaqueta es un hecho frecuente en ambas formaciones o
extremidades de un cuerpo único, condenadas a entenderse. Izquierda y Derecha
son opuestos de un mismo organismo, cuyas identidades no pueden definirse sin
la existencia de su adversario:
El hombre se
mide por la fuerza que se le opone, aseguró José Martí.
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