No soy de los que creen que el hombre es un ser libre. Ni estoy entre
los que afirman que los individuos se hacen a si mismos, aunque ciertamente sea
una afirmación tópica en las alabanzas necrológicas publicadas “a rey
muerto”, en los periódicos, cobradas
a treinta días y a tanto la línea.
Me parece, por el contrario, que somos animales, naturaleza viva, y como
consecuencia dependientes y sometidos a la ley de la necesidad y del más
fuerte; brutos hechos de barro de aguas estancadas, a los que separa la
calidad. Y la calidad no es más que el grado de los valores que nos agracian; de manera que el hombre
aprobado en ética, se distingue del
suspenso por el hecho de que éste pertenece a una cocción manufacturada con
fango para orinales.
En consecuencia soy indulgente, no acostumbro a culpabilizar a las
personas por lo que son, porque nadie elige ser lo que es. Somos lo que quiere
la naturaleza, la providencia, la genética, la suerte, el destino, Dios… ¡quién
sabe! Lo que si sabemos es que de existir una voluntad e inteligencia
infinitamente superior, al que no gustáramos nosotros ni este mundo, lo habría cambiado por un mundo mejor. Nada ni nadie podrían haber evitado su
creación. Por otra parte, el medio no decide definitivamente nuestra conducta,
pues en las mismas circunstancias algunos se dejarían matar por no faltar a sus
compromisos, y otros traicionarían un juramento con encomiable espíritu
deportivo y sin despeinarse. En todos los casos los humanos ni siquiera
decidieron nacer, y son prisioneros de la suerte.
Bástenos el ejemplo del que quiero hablar ahora, el ladrón y sus dos
modelos esenciales:
El que roba empujado por la
perentoria necesidad de supervivencia.
El cleptócrata vocacional y
profesionalizado de categoría reconocida.
El primero de condición tan primaria y elemental que, vive pendiente de
los descuidos del prójimo, y trata las artes más ordinarias para apropiarse de
lo ajeno a un nivel que nunca le hará rico: desde el trilero ocupado de
aprovechar la apetencia de los más ingenuos, al viejo minorista que roba en el
peso o en el cambio, una larga lista de medianías sin ninguna relevancia, es
superada por quien armado de pistola bajo la camisa, pasamontañas, barba de dos
semanas y calcetines sucios, atraca una gasolinera, una joyería, o una
farmacia.
¿Adónde va esta pobre gente?
¡Desgraciados y sin luces
que pierden el tiempo y obtienen beneficios irrisorios! “Manca finezza”,
dicen los italianos. La necesidad forja el perfil de ladrón choricero,
cualitativa y lamentablemente, zafio y escaso de oficio… quiero decir sin
clase, sin titulo, sin estudios, y a quien la policía de cualquier país
desarrollado, abre una ficha y controla provisoriamente.
¡No, no tienen ningún futuro! Todos los que roban por satisfacer
necesidades primarias son pobres diablos, simples artesanos de una actividad
que alcanza alturas y categorías estratosféricas, y debieran avergonzarse
frente a la plaga representada por el manilargo de guante blanco, vocacional,
al que la educación ha mejorado y pulido hasta convertir en un profesional
consagrado, que dice trabajar sin
descanso y con tesón.
El ladrón de raza y
condición elitista, con esposa, hijos,
casa señorial, amante y perro con pedigrí, ha nacido para ello y a modo de
creador va siempre por delante. Y no delinque, por el contrario opera entre
caballeros, a la luz del día, contratos
que vienen a favorecerle, casualmente, además de beneficiar en especial a los que entiende por intereses de
la sociedad… a su manera. O lleva a cabo delicadas operaciones financieras, y
misiones arriesgadas, con trampas de ilusionista, sólo al alcance de expertos
al tanto de las últimas tendencias en los vaivenes de la economía. Es por lo
demás, presuntamente, un sabio de la posmodernidad que domina la ley de la
oferta y la demanda, ábacos, econometría, ecuaciones lineales y todo tipo de
herramientas de su ciencia. Un noble de la codicia que aprendió a interpretar
las oscilaciones de la bolsa de
comercio, y se vale de sofisticadas operaciones financieras de altas
ambiciones, y mezquinos o miserables vuelos. Un personaje de muy baja condición
ética, elevado a una inmerecida consideración social, al que protege sino la
justicia, sí la legalidad. Y no anda solo aunque os lo parezca, este tipo de
mangante forma parte de un clan incondicional porque“hasta la supervivencia
de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca”, aseveró Antonio
Genovesi, cura italiano del siglo XIX que escribió sobre lecciones de comercio
y economía civil.
Hablamos del más peligroso, despreciable y dañino cleptócrata revestido
de prestidigitador, que en el fondo posee una alta capacidad de adaptación al
medio, se afilia astutamente a un partido político con vocación de gobierno, y
conoce más a los demás de lo que es conocido por ellos. Ha aprendido artes que
le prestan aureola de severo científico, y es retórico tahúr, persuasivo,
indistintamente pagano o religioso, viste de traje y corbata, y hace creer que
conoce lo que nadie conoce: el futuro. Fenómeno de las apariencias e instruido
en escuelas de pago, aunque tampoco es imprescindible, ama la buena mesa,
guarda maneras educadas y sabe dar consejos, que de aplicarse a si mismo,
harían de él un hombre honrado. Un estudio más cabal añadiría que, es
camaleónico o actor polifacético y transversal, listo aunque pudiera ser tonto
por completo, y hábil para convertir los fracasos en actos triunfales o acomodarse
en puestos reservados a los mejores en: la administración pública, la política,
los organismos de dirección de la empresa privada, las fundaciones y consorcios
no lucrativos… E incluso al filo de lo imposible, y sin armas de fuego ni
violencia, reúne los requisitos de aptitud
suficiente para la práctica de viejas añagazas y engañar… ¡a su propio padre!
Vivimos en una sociedad tolerante, afortunadamente civilizada, -no en el
Oeste del Nuevo Mundo sin ley- que sabe lo que digo y cree en un Dios que lo
decide todo, o una naturaleza ciega que produce lo bueno y lo malo, lo bello y
lo feo, lo mejor y lo peor, es decir, vivimos en una sociedad tolerante y
resignada que decide que al ladrón, injustamente castigado en el pasado, sin
juicio, hoy no se enjuicie ni se castigue. Tal vez el lector dude, pero si así
fuera, haga el esfuerzo de preguntar, por ejemplo y no es sólo exclusivo, al “preferentista”
que ha sido engañado como los indios americanos, con espejitos… pregúntele…
y escuche sus exabruptos.
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