Si hay una primera intención en las
historias breves que he ido depositando en esta página, en ocasiones ni
siquiera vividas en primera fila, es la de manifestar que
aquellos muchachos educados en la forja del hogar paterno, y en sus ciudades y
pueblos de origen, llegaban a la Universidad Laboral portando un carácter
personal intransferible, un latido personal, o un modo de ser y sentir con el que
tenían que vérsalas jóvenes, entusiastas Dominicos…y sin duda quienes más
aprendían.Lo hago a modo de reflexión en contraste con la actitud más
frecuente de quienesdefienden la educación del internado, asegurando su excelencia
y superioridad sobre la que nuestra misma generación recibiera en centros
distintos, o distintos lugares, talante escasamente crítico si no se han conocido
otros, y en consecuencia hijo de un juicio precipitado.
Pese a ello disculpo la
actitud narcisista en la que todos participamos y que consiste en creernos el
ombligo del planeta, o que el mundo ha sido creado paranuestro servicio y da
vueltas rutinaria e insistentemente en nuestro entorno y sin otro fin, idea en
la que abundo recordado la sentencia del filósofo que afirmara: “Todo hombre toma el campo de su propia visión por los
límites del mundo”.
Por el contrario,aprecio escasa
preocupación por saber de un colectivo al que tuvimos el privilegio de observar
de cerca, y del que en general desconocemos historia y circunstancias
personales: Los Dominicos, protagonistas de la vivencia apasionante de
pastorear a miles de jóvenes ante cuyas miradas escrutadoras debieron en
ocasiones sentirse desnudos, estrechamente vigilados e interrogados con
severidad por ellos. Póngase el lector en lugar del educador, y piense en la situación
concreta de quien tomael ascensor junto a una dama de halo distinguido a la que
desconoce, un escenario comprometido en el que todos nos hemos visto antes o
después y, comprobado que a tan corta distancia la mirada cobra especial
significación. En las cortas distancias los ojos hacen la función de las manos
y de la voz; los ojos hablan sin emitir sonido alguno y revelan el interior del
hombre o la mujer; los ojos… ¡pueden tocar, manosear, lanzar dardos capaces de
alterar la estabilidad emocional dela persona observada! Pues bien, necesariamente,
los Dominicos debieron sentirse atentamente vigilados en el pequeño espacio de
un colegio, por centenares y centenares de curiosos ojos que, no eran más que
armas de cabezas que pensaban y se hacían preguntas que centelleaban en ellos.
Sin embargo no he escuchado a nadie interrogándose por
el mundo interior, ni por el efecto que la soledad obraba en los educadores,
célibes por vocación negados al amor de pareja, ni he oído preguntarse qué sentían ante la
mirada del personal de servicio, los profesores y, alumnos que hoy derrochan
agradecimientos, reconocimientos y retribuciones morales en ocasiones exageradas
por cuanto tales halagos olvidan que la educación esencialmente se recibe de
los padres y el entorno familiar en la infancia y desde el nacimiento. Yo,
Máximo Maldía, confieso agradecido sinceramente la dedicación y atenciones de
cuantos trabajaron en mi formación, mas tengo por error la actitud reiterada de
cuantosaseveran haber sido educados por hermanos y
sacerdotes Dominicos, ninguneando a sus ancestros. Y diré por qué.
Somos nuestra experiencia. Si algo hay meridianamente
claro es que para la vida no existe el manual de instrucciones. Remitámonos a
continuación a la infancia y desde la hora cero de la criatura llegada al
mundo. Su experiencia será la base de todo conocimiento y maduración personal,
y en ella los cinco sentidos aristotélicos tienen un peso decisivo. Tacto,
sabores, u olores son aceptados o rechazados por la condición genética
individual descubriendo una personalidad inconfundible desde la lactancia. La
vista y el oído captan el entorno e irán llenando de contenido una conciencia
en blanco, ahormando en primer lugar e irrevocablemente al individuo incluso
antes de conocer el lenguaje hablado de sus progenitores. Los primeros años de
la vida deciden el futuro,el aprendizaje primario y esencial antecede al
entendimiento del lenguaje y, se anticipan a la educación con que la escuela,
tardíamente, quiere formarle.
Somos lo que hemos vivido. “Ningún conocimiento humano puede ir más allá de la experiencia”, aseveraba
Jhon Locke. Y Antonio Machado declamaba:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Hay en todo hombre un
Subconsciente profundo determinado por la genética en el que tiene origen la
inteligencia, la sensibilidad u otras virtudes que no se aprenden y, la
Conciencia donde se alojan los conocimientos aprendidos en la familia, o el
medio ambiente, y en el que la escuela ocupa un meritorio tercer lugar… ¡nunca
el primero!
La
escuela, pese a su afán domesticador, no hace inteligente a quien no lo es,
divide y separa por niveles hasta expulsar a los menos dotados; la escuela hace
innecesario “Un mundo feliz” como el
diseñado por AldousHuxley en el que manipulan genéticamente a hombres y mujeres
al objeto de adjudicarles un destino desde el nacimiento; la escuela selecciona
y clasifica lo que el azar y la naturaleza han creado… no obra milagros; la
escuela asigna a cada alumno que pasa por ella un número del 0 al 10, -de la
nulidad al sobresaliente- que presta alas para volar a unos y precipita a otros
por un profundo precipicio. Y de la escuela es conocida una divisa universal
que en boca de sus profesores dice resueltamente: “No suspendo a ningún alumno, se suspenden a sí mismos”.
En
conclusión, somos parte inalienable de nuestra estirpe familiar, y miobjeción a
quienes ven en el maestro a su educador, en detrimento de padres y abuelos, no
resta mérito alguno a cuantos trabajaron con total honestidad en la ULC y con
quienes aún mantengo filial amistad, ahora bien, parafraseando a J. Nievo, “vale más un grano de buena moral en la
infancia que un curso de filosofía moral en la juventud”.
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