Una cita como la de los días 4, 5 y 6
de Octubre, en Córdoba, nos invita a especular previamente sobre las
expectativas que genera, y a la reflexión imprescindible cuando ha concluido.
En realidad lo que esperamos de un reencuentro, después de treinta, cuarenta o
cincuenta años, es hallar lo que dejamos entonces: Los mismos amigos. Los
cómplices encubridores de nuestras infracciones, en quienes reconocimos los caracteres compatibles y
asociados a los nuestros, y con iguales virtudes y debilidades.
Y así es. Nadie cambia. Y nuestro grado de
afinidad tampoco se altera, porque a pesar del proceso de maduración que
conlleva el paso del tiempo, los valores más profundos y caracteres más
genuinos del individuo son inherentes a su naturaleza y le hacen inconfundible.
Esa es, y no otra, la razón por la que un amigo al que encontramos defendiendo
ideas dispares a las de entonces, sigue siendo accesible y cercano. Sigue siendo
amigo. Se cambia lo superficial y aparente, se cambia lo susceptible de aprender y desaprender, pero no se cambia lo
que uno es.
Y se aprende todo aquello que enseña la
familia, la sociedad y la escuela. Se aprende lo que te enseña la tradición, el
censor, las costumbres, o el medio cultural en que has nacido y que con frecuencia es parcial, local o
temporal. Se aprende a ser andaluz cuando se nace en Andalucía, o iraní cuando
se nace en Irán; se aprenden los fundamentos
cristianos en la primera, o los
musulmanes en la segunda. Se aprenden las ideologías, y se aprende a comer con
cuchara en algunas latitudes geográficas, o con los dedos en otras.
En definitiva:
La Conciencia está plagada de elementos
que se aprenden.
Hay por el contrario una parte más
profunda en nosotros: El Subconsciente.
Y en el Subconsciente habita lo que somos,
lo que no cambia. El Subconsciente alberga las determinaciones que nacen con
nosotros, los valores más profundos, las virtudes más apreciadas, recónditas e
intensas de la personalidad, que la educación quiere imprimir en nosotros, y
sólo se asimilan cuando la naturaleza individual lo ha predispuesto. ¡Tú
siempre serás tú! No se aprende a ser artista, el artista nace como nacen las
cualidades sensitivas o perceptivas que nos hacen únicos. No se aprende la
inteligencia ni la idiotez. Se nace. No aprende uno a oír, si es sordo. No se
aprende a ser nervioso si eres flemático. No se aprende a ser envidioso,
generoso, soberbio, psicópata, místico, compasivo ni egoísta, porque son
determinaciones psicogénicas innatas: el núcleo esencial inalterable que sólo
descompone un trauma.
En consecuencia, ¿por qué no volver, si
hallarás los amigos que dejaste y no otra cosa? Desde aquí animo a quienes
remisos y temerosos de no encontrar a
los amigos que perdieron, rehúsan acudir al encuentro anual. Seguimos siendo
los mismos, nos hemos reconocido sin que hayan sido un obstáculo, treinta,
cuarenta o cincuenta años de distancia; envueltos en una carcasa en la que el
tiempo ha hecho estragos, nos hemos abrazado compartiendo horas irrepetibles.
¡Debemos volver a encontrarnos nuevamente!
¡Hasta la próxima!
Mariano Martín S.Escalonilla