En ocasiones reconozco sonrojarme al recordar pasajes de la historia personal como el vivido en la Universidad Laboral de Córdoba, una noche, junto a cinco compañeros en habitación compartida, y tras la 4ª jornada de los Ejercicios Espirituales en que abandonados los libros dedicábamos el tiempo al cuidado del alma… si es que la tenemos. Las generaciones que nos sucedieron viajarían en intercambios culturales a París, Londres o Roma, y volverían cargadas de vivencias mundanas, o de frívolas y cosmopolitas experiencias emocionantes. Por el contrario, nuestra generación literalmente pobre viajaba una semana de cada curso escolar, en excursión metafísica no carente de momentos excitantes, al entorno de las calderas de Belcebú: experiencias asombrosas que dejaron en nuestra memoria persistentes recuerdos.
En tales
oportunidades, y en un contexto de introversión cavilante, el internado se
acercaba al espíritu de un monasterio cartujo en días de ayuno: allí donde las
sensaciones individuales se confunden con las del trotamundos en su viaje al
más allá con un hatillo al hombro; allí donde la actitud del colectivo
intercambia opiniones sobre los acontecimientos del día, y lo hace con gestos
de una severidad desacostumbrada y taciturna. Hoy, que el análisis pretende
esquivar los prejuicios, es justo calificar la vivencia de valiosa para quienes
andábamos por los diecisiete o dieciocho años de edad, y galleantes soberbios,
dábamos equivocadamente por alcanzada la autodeterminación personal.
Aquella noche, ocupadas las seis
camas y preparados para dormir después de apagar la luz, alguien aludió a la
plática pronunciada por el sacerdote dominico, llegado de Perú con la misión de
acongojar al alumnado y poseedor de una oratoria escolástica inflamada y
escatológica, dando lugar al inicio del coloquio entre los compañeros de
habitación que giró en torno a las acciones del Diablo. Es decir, en torno a
Satanás y su disimulada sutileza para pasar desapercibido entre la gente, sin
descartar que anduviera pendiente de nuestras palabras listo para hostigarnos
en aquel momento.
Mi amigo Abundio Marchamalo, un tipo
suspicaz y de talante escéptico, conservaba todavía la frialdad, e ironizando
sobre su existencia tachó de absurdo pensar en su presencia bajo ningún
disfraz. Pero, a la objeción, el dormitorio se dividió en dos mitades: Abundio
recibió el apoyo verbal de algunos compañeros, saliendo a la luz el argumento
de que si Dios estaba en todas partes también estaría en el Infierno que con su
presencia no podría ser tan malo. Y fue contrariado por Carmelo Cordero, quien
retó a los demás a levantarse y dirigirse al cuarto de baño señalando la
probabilidad de que:
- “La simple apertura de un grifo de agua,
el movimiento de una cortina sin razón alguna, o cualquier ruido imperceptible,
puede constituir la evidente y temible señal de la presencia invisible del
Demonio” –enfatizó.
Nadie se levantó, y a partir de ahí
el sector conservador comenzó a superponer visiones aterradoras del Infierno
con cualquier hecho que resultara de difícil explicación. El compañero que
descansaba en la cama situada a mi derecha recordó la ocasión en que vio
marchitarse en su casa, unas flores recién cortadas, un segundo después de que
su hermana citara simplemente el nombre de Luzbel. Le secundó el compañero de
mi izquierda recordando que disponemos de dos manos, dos pies, dos ojos, dos
pulmones… réplicas de muchos órganos que permiten la posible superación de la
pérdida de uno de ellos, mas contamos con un solo corazón y, lo que es más
dramático, dijo con afectada y lastimera voz:
–Disponemos de un alma, sólo un
espíritu sensible a la corrupción por el efecto tentador del Ángel Caído.
En esta ocasión, apenas pudimos escuchar
los reparos de Abundio Marchamalo,
discrepando débilmente, antes de comenzar
a evocarse maleficios y artes proféticas, e imponerse los comentarios
que daban fe de la existencia de fuerzas luciferinas que ocupan cuerpos ajenos
por cuyas bocas hablan. Después se generalizaron los comentarios sobre la
existencia de enfermedades de génesis Maligna padecidas por humanos, o de la
posesión Satánica implícita en los traumas psicológicos, de las perversas
huestes espirituales que extienden el sufrimiento por doquier y de los
ambientes tenebrosos, de magia, brujas adivinadoras y lechuzas, de Íncubos y
Súcubos, o de espíritus destinados al infierno resistentes a abandonar la
tierra y sus miserias.
Minutos más tarde acabamos recordando
conmovedoras escenas de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: ¡La Peste, La
Guerra, El Hambre y La Muerte! Y no quedó nada por remover del pasado, ni del
presente, hasta la reflexión sobre el futuro que remontamos al… ¡Juicio Final!:
El momento definitivo en que, situados a derecha e izquierda del Altísimo,
premiados, o castigados por nuestra conducta, se decidía la cara o la cruz de
la eternidad.
El tiempo jugaba a favor de los
apologetas del terror en el Más Allá, y en el dormitorio caldeado por las
historias y comentarios que se iban sucediendo nadie osaba contradecirlos, la
resistencia de los escépticos como yo se había apagado por completo cuando
creímos haber visto una sombra atravesando la ventana. Entonces el más beato
del grupo, Carmelo Cordero, en un gesto de identificación personal, rindió
homenaje a un mártir de la fe al que veneraba aseverando que en el gozo de la
mortificación deseaba morir ofreciendo al mundo el mismo testimonio sacrificial
por la humanidad, para terminar rezando una oración en latín. Fue relevado por quien planteó la
conveniencia de hacer una confesión pública e inmediata de nuestras debilidades
morales. Y sin saber cómo, ni por qué, un tercer compañero de habitación al que
extrañaba mi silencio, preguntó citándome por el nombre y apellido, con
entrecortado hilo de voz:
–Máximo Maldía, y tú… ¿qué crees?
–El diablo no existe, pero representa
lo peor de lo humano y vive en nuestra imaginación -respondí.
Mi réplica no pareció ser escuchada y
el ambiente cada vez más denso… ¡incendió el habitáculo! Ahora temerosos y
ocultos bajo un par de mantas, no solamente carecíamos del valor para ir al
retrete, también nos faltaba el valor suficiente para responder al reto de
levantarnos de la cama, o finalmente amilanados, para sacar una mano y
mostrarla por encima de la cabeza. La tensión angustiosa atenazaba las
gargantas enmudeciéndolas, y cuando se espesó el silencio… ¡nos inmovilizaba el
pánico!
Ausente
la conciencia capaz de discernir entre lo razonable y lo que no lo es, la
juvenil candidez ganaba el pulso a la inmadurez intelectual. La rendición de
seis jóvenes de vitalidad indudable y autoerótica narcisista, probaba la
eficacia de unas jornadas pensadas para sumir en la introspección obsesiva, y
pesimista, a mil quinientos alumnos de la Universidad Laboral.
Abatidos,
desalentados y taciturnos los seis compañeros del dormitorio, a la mañana
siguiente formábamos parte de una fila interminable, en la iglesia, frente a
los confesores que ya habían previsto el éxito de la campaña emprendida contra
la incipiente rebeldía.
¡Qué ingenuidad la nuestra! Hoy, el recuerdo de la escena, me inspira
hacer un juicio benigno de aquellos presuntuosos adolescentes de endeblez
notoria, que flagelábamos con dureza una conciencia escrupulosa e
influenciable:
No distinguíamos entre realidad y
ficción, miseria verdadera y miseria imaginada.
Todavía creíamos en lugares donde el
espanto es más espantoso que los habitados por los hombres, o en fantasmas que ven,
pero no respiran. Cabía en nuestra
imaginación la vida de cabezas sin cuerpo, y la existencia de espíritus donde
falta el soporte de sentidos y sensaciones.
Nos amedrentaba la posibilidad de que
un Dios infinitamente bueno permitiera que su enemigo se disputara con ventaja
el favor de sus ovejas. Éramos, en definitiva, jóvenes más inclinados a temer a
la palabra y la imaginación que a los hechos, la evidencia o el sentido común.
Yestábamos necesitados de dos cosas que el tiempo nos daría… o tal vez no:
maduración, y una larga y fructífera lección de filosofía.
Después de aquella jornada pasaron 40
años hasta que la fortuna permitió el reencuentro de los seis compañeros de
fatigas. Y dado que habitábamos en distintos puntos de España se produjo en
Madrid, adonde llegamos al lugar de la cita algunas horas antes de lo pactado.
Enseguida advertí que me encontraba con hombres de hechos más que de palabras,
o que el tiempo había curtido y endurecido su carácter. El pasado no pasa nunca
cuando se ha vivido con esa intensidad, y en la cabeza de cada uno permanecía
activa la experiencia. Pero los fracasos son huérfanos y es común el espanto de
recordar colectivamente flaquezas y frustraciones, de manera que el pudor
impidió afrontar el recuerdo de la velada de los Ejercicios Espirituales, capítulo
que hizo más devotos y moldeables a los que profesaban la fe,
e insobornables y firmes agnósticos, o ateos, a los que no la profesaban.
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ResponderEliminarMariano, no se entiende qué significado puede tener, en el contexto del relato, la caricatura que pudiera representar a un judío. El infierno es una invención del cristianismo con una finalidad de sobra conocida. En el judaísmo no existe. Además, esa caricatura en particular rezuma antisemitismo.
ResponderEliminarAngel te agradezco el inteligente comentario, no es sin embargo cierto que los judíos no conocieran el Infierno. Te sugiero que consultes en cualquier medio informativo la palabra GEHENA, que era ya antes del cristianismo el Infierno y Purgatorio de los judíos. Dicho eso te aseguro que no hay ninguna intención antisemita en mi actitud, la verdad es que las ilustraciones que acompañan al relato no me pertenecen, las seleccionó un amigo mio por mi falta material de tiempo.En fin, gracias por tu colaboración y espero te agrade la próxima historia que se presta como ninguna otra al debate, y tiene un final...
ResponderEliminarSoy yo quien te agradece la aclaración. No soy persona muy religiosa, pero tengo sensibilidad y conocimiento de la religión y costumbres judías por parte de mis antepasados tetuaníes. Sin entrar a fondo, creo que el gejinom tiene un significado algo diferente como se puede entender en la oración del Kaddish. Pero claro, Jesús era judío y las interpretaciones del cristianismo son posteriores. Leve parentesco original, jajaja. Tus comentarios son muy interesantes. ¡Enhorabuena! La próxima entrega seguro que incorpora viñetas más ajustadas. Un cordial saludo.
EliminarAngel, te invito a introducir las ilustraciones en el próximo relato. Si aceptas te envío el texto, lo decoras conforme a tu interpretación y se lo mandas después a Juan Antonio Olmo.
EliminarTe lo agradezco de verdad, Máximo, quiero decir Mariano. Tienes una gran capacidad narrativa que te agradecemos todos los que pasamos por nuestra querida Uni. Nos permites activar recuerdos y disfrutar a la vez de tus divertidos e inteligentes relatos. Después de leerte considero anecdótico lo de la viñeta. Prefiero el debate que anuncias en tu propia entrega a la viñeta. Un abrazo.
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