Dicen que el niño que acude a la escuela, y al que
imparte clases una profesora, se enamora de ésta. Se trata de un hecho
irreflexivo del que habrá que responsabilizar al inconsciente de una especie,
como la nuestra, a la que zarandean los instintos y ordenan los sentidos.
Y porque creo que es así, quise visitar apenas hace un año a la maestra del parvulario que me dio las primeras lecciones y, me encontré a una anciana decrépita con algo más que una incipiente calva que, al levantarse por la mañana comenzaba la jornada apoyándose sobre un bastón, tomándose media docena de píldoras y poniéndose la peluca, el audífono, la dentadura, las gafas, la botella de oxígeno… sometiéndose, en fin, a la servidumbre a que obliga la pérdida del vigor.
Y porque creo que es así, quise visitar apenas hace un año a la maestra del parvulario que me dio las primeras lecciones y, me encontré a una anciana decrépita con algo más que una incipiente calva que, al levantarse por la mañana comenzaba la jornada apoyándose sobre un bastón, tomándose media docena de píldoras y poniéndose la peluca, el audífono, la dentadura, las gafas, la botella de oxígeno… sometiéndose, en fin, a la servidumbre a que obliga la pérdida del vigor.
Yo conocí en mi infancia a una joven y bella mujer,
profesora de la escuela y dinámica, alegre y orgullosa, de andares elegantes y
acariciadora mirada, voz fresca y piel sonrosada, con veinte años más que los
niños a los que enseñaba. Pero todo cambia, incluida la percepción de la vida
que en la infancia nos parece larga y en la vejez corta,muchos años después
veía una rebisabuela irreconocible, una anciana achacosa y arruinada
físicamente con más años que Matusalén, y sin culpa conocida para ser tratada
por la naturaleza con una indiferencia absoluta, o como a un ser vivo
cualquiera al que se maltrata sin respeto.
Todo cambia. Hace tres décadas que Alfonso Guerra, el
conocido torero del PSOE que diría Vázquez Montalbán, prometía a los
ciudadanos el cambio de España hasta hacerla irreconocible por la madre que la
parió. Se trataba de un hecho previsible para un mundo acelerado, o una labor
sencilla de llevar a cabo y no utópica, porque el paso del tiempo se encarga de
dar la vuelta a las cosas como si fueran calcetines. Unas décadas después y
tras de obtener algunas victorias pírricas, nuestra generación en declive o
jubilada, entrega el relevo a quienes creen ser distintos y exclusivos: jóvenes
ciudadanos y prepotentes que no se reconocen en las generaciones precedentes y
que, confiados en su superioridad volverán a repetir los mismos errores… o
algunos más.
Cambian los imperios, se mueven las fronteras de las
naciones; cambian los regímenes políticos y sus fundamentos; los parlamentos
legislan incesantemente para sustituir las leyes que derogan; cambian métodos y
medios de administración, cambian las consignas y sus abanderados, cambia la
moneda, cambia la sociedad y cambian las costumbres de los pueblos.
Cambian las lenguas, caen en desuso términos
antiquísimos, se introducen modismos imprevistos en léxico y fonética, y en los
últimos tres siglos el número de palabras de nuestro idioma se ha multiplicado
por tres. Hoy, por razones de economía de funcionalidad mental y
simplificación, casi siempre en el seno de las clases medias, aseguran los neo
gramáticos que: especialmente mujeres socialmente interactivas dentro y fuera
de su comunidad, están en el origen de los cambios sirviéndose de medios como
las nuevas tecnologías e Internet.
Cambian las vanguardias estéticas y tecnológicas,
cambia lo profano y cambia lo sagrado. Lo eterno cede a lo temporal, los dogmas
y credos se adaptan a los tiempos en un último esfuerzo de supervivencia. La
religión altera el contenido y mensaje de oraciones que nos prometió
perdurables y eficaces, decreta la clausura de Purgatorio, y confiesa que Adán
y Eva son los protagonistas de un cuento. Se reduce el número de vocaciones
religiosas, faltan sacerdotes para atender a quienes necesitar aprender qué es
bueno o qué es malo, los feligreses se confiesan a sí mismos y… naturalmente se
absuelven de toda culpa.
Se relativizan las exigencias. Los cánones morales
atropellan a la tradición. Los pecados de ayer son ahora escrúpulos de gentes
inadaptadas y tímidas, e incluso se exhiben y tienen por virtudes de
triunfadores que la televisión pública o privada, laica o fundamentalista,
promociona.
Decía Torrente Ballester que,“las cosas de este mundo son así: se
sosiegan hasta que sobreviene de nuevo un alboroto”.
Las mujeres desnudan sus cuerpos en la medida en que
avanzan libertades y permisividad.
La provocación sexual ya es un lugar común incluso por
intereses económicos.
Las parejas se pasan la tradición por el forro, se unen por amor sin
someterse a contratos civiles ni eclesiásticos, viven felizmente en concubinato
y… la Iglesia prepara un divorcio en modo “nulidad matrimonial” para subirse a
un tren que ha perdido. Y algo más con respecto a la organización que asume el
liderazgo espiritual: predica, insistentemente, la necesidad de redistribuir la
riqueza para reducir las diferencias sociales, pero no explica cómo es posible
hacerlo.
Todo cambia.
Enloquece el
clima, se desertizan grandes territorios, merman escandalosamente los recursos
a nuestro alcance y aumenta la población de humanos, avanza el deshielo ártico,
se mueven los continentes en una deriva lenta pero constante. Cambia el
equilibrio ecológico, unas especies animales desaparecidas para siempre han
sido sustituidas por otras, y como ejemplo baste añadir que, hoy sabemos de la
existencia de 700 especies vivas de cefalópodos, pero han sido estudiadas nada
menos que 10.500 en registros fósiles.
Todo cambia, y en eso consiste la historia de las
cosas.
Todo cambia, y sin cambios la vida no tendría
historia.
Al mundo actual le sorprenden los rudimentos del mundo
antiguo, y al futuro le sorprenderán los nuestros. Los mitos y las fábulas de
que hablaban las tradiciones, han dejado de tener vigencia para nosotros porque
las ciencias, en permanente rectificación, nos acercan al conocimiento, y los
medios técnicos son capaces de recrear la realidad. Cambian especies y seres
humanos en un proceso constante y natural característico de la materia viva, y
por lo que a nosotros atañe, en dilatado proceso de hominización.
Todo cambia, aunque lo aprendiéramos como
autodidactas, a hurtadillas, en el tiempo dedicado a nuestra contraeducación.
No es posible imaginar el Universo, la Naturaleza, la Materia o las Sociedades
Humanas sin movimiento o sin cambios. En ocasiones, sin embargo, minorías o
mayorías obstinadas se resisten a asumir todo aquello que la experiencia pone
ante sus ojos, sin advertir que niegan la mayor contradiciendo evidencias por
las que serán arrollados. Todo cambia, y escribió Octavio Paz en algún momento
que:
“Las masas
humanas más peligrosas son aquellas en las que se ha inyectado el veneno del
miedo… del miedo al cambio”.